SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO APÓSTOLES
02 de julio de 2023

Celebrar a los santos es practicar sus enseñanzas y seguir sus testimonios de fe.

Hoy celebramos la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, personas con personalidades muy diferentes que recorrieron caminos tan diversos, pero identificados en su esencia: fieles seguidores de Jesucristo y heraldos del Reino de Dios. Ambos confiaron y entregaron su vida al anuncio del Evangelio.

Esta liturgia, que une en una misma celebración a dos figuras tan diferentes como Pedro y Pablo, refleja la complementariedad de estos dos hombres guiados por un mismo Dios en la edificación de la Iglesia, comunidad de hombres unidos por las enseñanzas de Jesucristo.

La primera lectura, Hechos 12, 1-11, habla de la persecución sufrida por los apóstoles que presenciaron a Jesús, como la muerte de Santiago por el rey Herodes Agripa y el arresto de Pedro. Pero al mismo tiempo, la protección divina se manifiesta claramente cuando el relato describe la liberación de Pedro de la prisión mediante la aparición de un ángel del Señor que hace posible que el apóstol escape sin que los guardias se den cuenta.

Es interesante notar que la comunidad local rezaba para que no mataran a Pedro, hecho que estaba a punto de suceder por orden del rey Herodes Agripa. Este hecho nos muestra la importancia y la fuerza de la Iglesia en formación, que unida por la fe en Jesucristo, se solidarizó a favor de Pedro.

El ángel apareció mientras Pedro dormía; El sueño de Pedro denota su tranquilidad y confianza, porque al tener fe sabe que no está solo y que no será abandonado. En su corazón no teme a la muerte ya que ha sido vencida por Cristo resucitado.

La segunda lectura, 2 Tim 4, 6-8.17-18, nos cuenta el balance que Pablo hace de su vida ante la proximidad de su muerte. “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe”. Frase reveladora de un hombre íntegro y coherente que dedicó su vida al anuncio del Evangelio a muchos pueblos y naciones, movido por una fe profunda y consciente de la buena elección que hizo al adherirse al cristianismo.

Pablo era un judío bastante arraigado en sus creencias, pero quedó impactado por el mensaje de Jesucristo, de ahí su conversión. Nos interpela el modo entusiasta y convencido con que anunciaba el Evangelio, sin vacilar ni siquiera ante las dificultades que afrontaba en la vida. En el ámbito individual, promovió una reflexión profunda y transformadora al adoptar una nueva fe como centro rector de su camino; en el ámbito social soportó la presión de la sociedad que lo miraba con desconfianza, a veces despreciándolo, a veces persiguiéndolo. Su camino no fue fácil y esto nos enseña que tenemos que alimentar constantemente nuestra fe para seguir andando el camino de Jesús. Un verdadero ejemplo de fe, coherencia y, sobre todo, humildad.

El Evangelio de Mateo, 16, 13-19, nos presenta un diálogo entre Jesús y los discípulos sobre cómo la comunidad en general veía la figura de Jesús. Para la mayoría de la gente, Jesús era un buen hombre, enviado por Dios en alguna misión importante. Pero cuando Jesús dirige la pregunta directamente a los discípulos, Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Esto revela que para Pedro Jesús fue enviado por Dios con la misión de liberar a su pueblo. Además, definir a Jesús como el “Hijo de Dios” implica reconocer la profunda intimidad y unidad que existe entre Jesús y Dios. Pedro alcanza el grado máximo de identificación con Jesús; más tarde Pablo afirmará: “No soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí”.

La sólida fe de Pedro en la divinidad de Jesús hace que se convierta en “la piedra fundamental” de la iglesia en formación, es decir, en la figura o líder en torno al cual se reunirá la comunidad, guiada por Pedro como modelo de fe a seguir. Jesús entrega a Pedro las llaves del Reino de los Cielos, lo que significa tener confianza en el discípulo, pero también implicar su responsabilidad en desvelar las enseñanzas de Jesús y conducir a la Iglesia en formación.

Como puntos de reflexión para todos nosotros quisiera señalar que tenemos que estar dispuestos a pasar por un proceso de maduración en la fe, una experiencia rica, pero dolorosa al mismo tiempo. Así sucedió con Pedro y Pablo, hombres que sufrieron mucho, pero porque fueron conscientes del llamado de Dios, entregaron su vida al conocimiento y experiencia de la doctrina cristiana. Sabían que estaban siendo guiados por el Espíritu de Dios y esto los alimentaba y protegía. Vivir la doctrina que abrazamos hace que nuestra fe se nutra y fortalezca, de lo contrario se convierte en pura teoría y nuestra vida queda estéril. Tanto Pedro como Pablo se transformaron interiormente y recorrieron el camino de la fe, de ahí que sean considerados los pilares de la Iglesia que siguió a Jesús.

Otro punto importante a destacar en esta liturgia es la diversidad presente en el mundo y en la Iglesia. Pedro y Pablo son figuras muy diferentes entre sí en cuanto a sus personalidades y contextos de vida, pero que, identificados por la misma fe, constituyen la unidad de la Iglesia. Cada uno siguió a Jesús a su manera y sus experiencias se suman y completan. Representan la diversidad que existe en el mundo y que debe ser acogida y no desatendida y excluida. El egocentrismo, propio del ser humano, tiende a rechazar y anular lo diferente, pero nuestro esfuerzo debe ir en otra dirección: acoger la diversidad. La Iglesia, cuerpo de seguidores de Jesucristo, plural y diverso en sus miembros, está llamada a la comunión en la diversidad, siguiendo el ejemplo del mismo Maestro.

Sandra Yazaki – Leiga Assunção Juntos São Paulo

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