Pascua: el tiempo en que Dios renueva todas las cosas

Este Quinto Domingo de Pascua nos invita a mirar con esperanza y realismo el caminar de la Iglesia, esa comunidad que nació entre luces y sombras, entre persecuciones y sueños. Las lecturas de hoy nos hablan con fuerza sobre cómo vivir la fe en el Cristo resucitado: no como una teoría, sino como una experiencia concreta, a veces dolorosa, siempre sostenida por el amor y la esperanza.

1° Lectura: Hechos 14, 21b-27
Pablo y Bernabé, después de haber sido rechazados y apedreados, no se alejan ni huyen. Vuelven a esos mismos lugares a fortalecer a las comunidades, recordándoles que “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. No es un mensaje triste ni derrotista, sino una verdad luminosa: seguir a Jesús implica cruz, pero también compañía, sentido y fuerza.
Ellos oran, ayunan, eligen presbíteros. No lo hacen solos: lo hacen en comunidad, confiando en la gracia. Qué hermoso es pensar esto también cuando la Iglesia vive momentos importantes, como la muerte de un Papa. La comunidad no queda a la deriva. Ora, discierne, se reorganiza y sigue caminando sostenida por el Espíritu.

Salmo 144: Dios reina con ternura
El salmo de hoy es un canto lleno de consuelo. En un mundo cambiante, donde a veces todo parece frágil, el corazón de la Iglesia se apoya en una certeza: Dios es fiel, clemente, compasivo. Su amor es lo único que no pasa.
Frente a los cambios, incluso ante el final de un pontificado, este salmo nos recuerda que solo el reinado de Dios es eterno. Y que todo servicio en la Iglesia, incluido el del Papa, debe reflejar esa misericordia que no excluye, que no se impacienta, que abraza.

2° Lectura: Apocalipsis 21, 1-5ª; Dios hace nuevas todas las cosas
Juan nos regala una visión hermosa y consoladora: un cielo nuevo, una tierra nueva, una ciudad preparada como una novia para su esposo. Dios enjuga las lágrimas, borra el dolor y la muerte. Es la promesa de un futuro distinto, pero también el anuncio de un presente que ya se transforma.
La muerte de un Papa no es solo un cierre; también es una promesa de renovación. El Espíritu sigue actuando, y en el nuevo Papa la Iglesia reconoce un signo de que Dios sigue presente, que no abandona a su pueblo, que camina con nosotros.

Evangelio: Juan 13, 31-35; El amor, centro y distintivo de la Iglesia
En la Última Cena, Jesús no se detiene en el dolor de la traición que se avecina. Mira más allá y proclama la gloria. Y deja a sus discípulos —a nosotros— el mandato más esencial: “Ámense como yo los he amado”. Ese amor concreto, generoso, que se arrodilla para servir, que perdona, que acompaña.

Cuando se elige un nuevo Papa, más allá de las expectativas, opiniones o especulaciones, lo esencial es esto: ¿será un pastor que ame como Jesús? ¿Que sepa escuchar, consolar, cargar en sus hombros al herido? Esa es la Iglesia que necesitamos: una comunidad donde el amor no sea un discurso, sino una forma de vivir.

Giselle Barzola

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