Leer las Escrituras en memoria de Jesús y celebrar la fracción del pan
En el Tercer Domingo de Pascua, las lecturas nos cuentan dos hermosas experiencias de los apóstoles: el primer anuncio y el encuentro con el resucitado que les deja con el corazón es ascuas, inquietos y con la urgencia de contarla a todos su experiencia liberadora.
La primera lectura (Hechos 2,14.22-33), nos muestra a Pedro anunciando ante los judíos y todos los hombres, convirtiéndose este en modelo u ejemplo del primer anuncio (kerygma). El mismo proponía la muerte en cruz de Jesús y su Resurrección como el acontecimiento más importante de la historia de la Salvación. Estos discursos, que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, se caracterizan por ser muy catequísticos. Tiene tres momentos: una invitación a la escucha, la narración del principal acontecimiento y una referencia en las escrituras. Otra particularidad que tienen estos primeros discursos catequísticos en esta primera lectura, es que exponen las causas y motivos de vida de Jesús y como está presente al Dios de la vida, hasta llegar a su muerte.
La segunda lectura (1Pedro 1,17-21), nos dice que la esperanza está en Dios. Expresa, anuncia que lo que cambia la historia es el misterio de la Pascua. Misterio porque la muerte de Jesús es un acontecimiento que muestra la vulnerabilidad y la fragilidad de la vida, pero esa misma fragilidad nos abre a la esperanza y la vida plena. Esta lectura tiene un anuncio que lo ya mencionando, pero también denuncia que poder que cambia la historia no está ni el oro ni en la plata, sino en el misterio de la pascua.
En el evangelio de este domingo (Lc 24, 13-35), nos encontramos con unos de los pasajes más bonitos de Lucas. Los discípulos caminaban cegados por la tristeza y la decepción de la muerte de Jesús, cuando en el camino encuentran un forastero, que les interpretas las escrituras mientras caminan; pareciera ser una preparación para lo que sigue, porque no es posible entender la resurrección desde la tristeza, desde la nostalgia y de las claras intenciones de huir creyendo que todo ha terminado, quizás por esto último, Jesús les sale al encuentro y como en la interpretación de las escritura los vuelve a convocar, vuelve a caminar con ellos tomando una vez más la iniciativa.
Los discípulos se muestran hospitalarios con el peregrino que les interpretó las escrituras sobre la muerte y resurrección de Jesús. Cuando ya están en la casa, que se describe como lugar de encuentro y acogida, el peregrino cambia de rol y pasa a ser el anfitrión de aquel encuentro. Ahora los discípulos pasan a ser los peregrinos, son ellos los invitados a celebración de la comida reconociendo al Señor, en un gesto como el que pudo hacer en la noche de la última cena; podemos entender que parte el pan y lo reparte y beben de la copa.
En el evangelio de Lucas cuando se menciona: el haber tomado pan y haberlo repartido entre los suyos, es la Eucaristía, es lo que hizo Jesús aquella noche en la última cena. Es en este gesto tan único y tan íntimo de Jesús y de sus discípulos, es ahí donde lo reconocen. En esta parte del texto nos deja ver el poder liberador y transformador de la Eucaristía y de la Resurrección abriendo los ojos y el corazón para reconocer a Jesús resucitado. Los discípulos regresan para contar a sus compañeros lo que habían visto y oído.
Giselle Barzola – La Rioja – Argentina