INVITADO A CURAR NUESTRA SORDERA
La liturgia del 23º Domingo del Tiempo Ordinario nos habla de un Dios comprometido con la vida y la felicidad del hombre, siempre dispuesto a ayudarlo a renovarse y trascender sus límites, para hacerle llegar a la vida plena del Hombre Nuevo.
En el Antiguo Testamento, es el Dios de la esperanza quien se revela a través de las profecías de Isaías, señalando que Yahvé está a punto de encontrarse con su pueblo para librarlo de su exilio en Babilonia.
En el Nuevo Testamento, Jesús, al curar a un sordomudo, nos muestra el poder de Dios para realizar cambios profundos en las personas que se dejan tocar por él.
En la primera lectura (Isaías 35, 4-7) tenemos como trasfondo el exilio del Pueblo de Dios en Babilonia, que se encuentra desesperado y sin perspectivas de regresar a su tierra natal. El profeta, sin embargo, anuncia la venida de Yahvé que liberará a Judá del cautiverio y llevará al pueblo de regreso a Jerusalén. La promesa de libertad y el apoyo de Yahvé durante este camino, trae gran alegría porque el pueblo de Dios se siente recompensado por el sufrimiento vivido en los años de cautiverio. El encuentro con el Dios liberador y salvador trae nueva vida a las personas. Esto se puede ver a través de las diversas imágenes del texto, como los ciegos que vuelven a ver, los sordos que empiezan a oír bien, y también la aparición de agua y comida en abundancia en el propio desierto, donde la gente tendrá que pasar. su camino de regreso a Jerusalén. Es la plenitud de vida que se despliega, la recompensa divina.
Este pasaje nos apunta a la acción de Dios en nuestra vida, acompañándonos y dándonos el valor para caminar por nuestros caminos con fe y esperanza. Es el Dios que no abandona a su Pueblo, incluso ante las dificultades que impone la vida.
El mensaje que nos trae el Salmo 145 (146) confirma que tenemos a Dios no solo como fuente de vida, sino vida en plenitud. Él nos alimenta, nos sostiene, nos ilumina, en definitiva, nos ama plenamente. ¡Esta debe ser siempre nuestra inspiración!
La segunda lectura (Santiago 2, 1-5) nos trae un mensaje que Santiago dirige a los cristianos que viven en las regiones cercanas a Palestina: son personas que ya se han adherido a las enseñanzas de Jesús pero que deben prestar atención a algo esencial en el cristianismo, que es la acogida a todas las personas. Así como Jesús acoge y ama a todos sin distinción, los cristianos deben actuar durante toda su vida. El amor verdadero que debe impregnar las relaciones entre los hombres no puede estar sujeto a los prejuicios y descalificaciones que normalmente atribuimos a quienes son diferentes a nosotros, ya sea por características de raza, clase social, nivel de educación o posición política. Este es nuestro gran desafío: reconocer en nuestro prójimo el mismo don de la vida que Dios nos ha dado a todos, la igualdad de derechos.
Al final del texto, Santiago enfatiza la preferencia de Dios por los pobres y humildes. ¿Qué significa eso? Significa que Dios quiere que seamos simples y sencillos, es decir, abiertos a sus mensajes y no cerrados a nuestra autosuficiencia. No crecemos si no estamos dispuestos a dialogar y revisar nuestras posiciones. Y, sin embargo, reconoce que todo lo que somos proviene de la gracia divina.
En el Evangelio de Marcos (Mc 7,31-37) tenemos el relato de que Jesús pasaba por la región de la Decápolis, formada por 10 ciudades de cultura helenística, un territorio pagano donde no se aplicaban las leyes judías. En este contexto, un grupo de personas trae a un sordomudo a Jesús, pidiéndole que lo sane con la imposición de sus manos. Jesús se retira con el enfermo a un lugar apartado y lo toca con los dedos y la saliva. Jesús, mirando al cielo, pronuncia la palabra “Effathá” que significa “Abre”; después de eso, el hombre comienza a hablar y escuchar.
Es interesante notar que el relato de Marcos trae varios detalles que merecen nuestra atención para comprender mejor el mensaje del texto. Vemos a un Jesús itinerante, que se mueve por el espacio pagano, abriendo paso por espacios geográficos, culturales y religiosos, siempre con el propósito de llevar la Buena Nueva a todos los que se dejan tocar por sus palabras y gestos.
La figura del sordomudo es bastante significativa por ser alguien que vive aislado en su propio mundo debido a la limitada posibilidad de comunicarse con sus compañeros. Aquí, representa al hombre cerrado en su autosuficiencia y no abierto a la interacción social, permaneciendo indiferente a sus compañeros. Su vida se caracteriza por ser restringida, egoísta y alienada. No comparte la vida, no participa del intercambio de experiencias que sabemos que son vitales para el desarrollo humano. La vida sorda aquí representa una vida estéril y vacía, pues la distancia y la indiferencia con el prójimo, no permite que el sordomudo perciba las injusticias, miserias y sufrimientos que existen a su alrededor. Por otro lado, el sordomudo también representa al hombre que no escucha y no es sensible a las propuestas de Dios, ya que se considera autosuficiente.
Es importante destacar que el sordomudo es llevado al encuentro de Jesús por un grupo de personas, no es él quien toma la iniciativa para la acción. Este hecho parece revelar la importancia de la comunidad activa que lleva al hermano alienado al camino de la curación. Denota compasión y caridad hacia los demás, un verdadero compromiso con las propuestas de Jesús.
El encuentro con Jesús promueve una transformación profunda en la condición de vida del sordomudo: Jesús desbloquea los sentidos del paciente, dándole la capacidad de expresarse e integrarse en la sociedad. Es un hombre que se emancipa y recupera su autonomía. Puedes crecer y ayudar a otros a recorrer sus caminos. Todo sucede gracias a la acción de Dios, que hace emerger la vida como fuente de fecundidad y alegría.
Jesús toca al enfermo con sus propias manos y con su saliva, lo que muestra un contacto íntimo y directo con él. Significa que Jesús sana a los enfermos con su propia energía, a través de su propio cuerpo. Podemos entender aquí, el poder del espíritu divino que transforma directamente la vida de las personas.
Tras el toque de Jesús, el hombre empieza a oír y hablar, pero, aun así, Jesús dice: “Effathá” que significa “Abre”. Esto nos muestra que, a pesar de la acción divina, el hombre necesita participar activamente en su proceso de curación y transformación. Dios hace una invitación, ayuda, da fuerzas, pero cada uno tiene que responder cambiando sus actitudes y comportamientos. No hay magia, sino compromiso, en la relación de fe y esperanza que establecemos con Dios.
Como punto de reflexión esta semana, podemos centrarnos en la siguiente pregunta: ¿tenemos algo en común con los sordos y mudos?
En otras palabras: ¿somos sensibles a quienes nos rodean y sus necesidades? ¿Estamos atentos a identificar nuestras propias cerraduras y liberarnos de ellas? ¿De verdad confiamos en la acción de Dios para guiarnos en este camino?