Lecturas  bíblicas:

Job 38, 1. 8-11: “El Señor habló a Job desde la tormenta”.

Salmo 106: “Demos gracias al Señor porque es grande su misericordia”

II Corintios 5, 14-17: “Nos apremia el amor”

San Marcos 4, 35-41: “Vamos a la otra orilla”

 

Reflexión:

Hablar desde y en la tormenta…Ir a la otra orilla…. Palabras claves  que hoy nos propone la liturgia.

Simón Pedro Arnold  (monje benedictino belga en Perú) dice que el acontecimiento de  la Pascua es como un gran terremoto y que a lo largo del Año Litúrgico vivimos experimentando sus “replicas“(Movimientos de la tierra que se experimentan  durante un tiempo después de un terremoto).

Esta propuesta de Jesús de “ir a la otra orilla” es una réplica de Pascua ( de la orilla de la muerte a la orilla de la Vida). Propuesta que nos implica: ir de la orilla conocida a la orilla desconocida, de la orilla del desencuentro a la orilla del encuentro… Lo hemos escuchado constantemente en las palabras del Papa Francisco enviándonos a las periferias, a las otras orillas, a los diferentes. Nos gustan sus palabras, las alabamos, pero, a veces, continuamos anclados en la orilla de nuestras seguridades. Por eso la importancia de este texto con todo lo que sugiere.

El Evangelio de hoy se inicia con la invitación de Jesús a cruzar el lago de Genesaret para ir a la otra orilla, es decir, ir hacia el espacio dominado por las fuerzas malignas según la mentalidad judía. Atrás se queda la Galilea amable y familiar, donde Jesús ya es conocido. Al otro lado se encuentran los paganos, cercanos en distancia, pero muy distantes en cultura.  El mar es considerado por los israelitas de ese tiempo  como símbolo de todas las fuerzas oscuras, de lo desconocido, de lo que traga y doblega.  Produce miedo, miedo al fracaso, miedo al dolor, miedo al sufrimiento. Pero  la invitación de Jesús está ahí: “Vamos a la otra orilla”.

El Papa habla con  imágenes  para  tratar de sacudirnos: “Se desarrolla en una Iglesia dormida la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo, que apolillan el dinamismo apostólico. ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!”. Coloquemos ante Jesús todos nuestros miedos, incluidos aquellos que nos resulta humillante reconocer: nuestro miedo a la verdad, al fracaso, a lo desconocido, a los sentimientos, al cambio. Jesús, el aparentemente dormido, sabe de nuestros miedos y limitaciones y aun así nos invita a seguirlo y nos hace partícipes de su aventura. Nos da miedo la verdadera pobreza, el hambre, el ridículo y tantas otras cosas que nos atan y nos mantienen inactivos. La pregunta de Jesús, después de apaciguada la tormenta, a sus discípulos, es también para nosotros: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Jesús pide  absoluta confianza en Él.

Les propongo escuchar un cuento, de la chilena Marta Carrasco, ediciones ekaré – 2007 –

“El río suena día y noche con su murmullo de piedras”. En su casa, junto al río, transcurre una vida apacible de ocupaciones simples: su madre canta mientras lava, su padre despliega las redes de pesca, su hermano pequeño juega con las piedras del río, su abuela teje. Graciela merodea junto a la orilla, mientras algunas gallinas picotean, y un perro duerme plácidamente al sol. A lo lejos, en la otra orilla, se divisa un poblado. Está prohibido acercarse a él. “Son distintos” – le dice su madre. Graciela se pregunta: “¿qué dirán de nosotros?” Su curiosidad aumenta cuando un niño le hace señas y la invita a cruzar. Tiene miedo, pero al llegar, las tibias manos de Nicolás le alientan a seguir. Efectivamente, allá todo parece distinto: otros peinados, muchos colores y gritos. Pero la niña descubre con gran satisfacción que el olor a pan recién horneado y el calor de hogar son los mismos. A partir de esta amistad secreta entre Graciela y Nicolás – que sueñan con la esperanza, la convicción y la inocencia con que sueñan los niños – comienza a levantarse un puente que los adultos no han sido capaces de construir

 

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