Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Común
28 de agosto de 2022

Encontramos Dios en la Gratuidad y en la humildad

   

  La liturgia de hoy nos pone delante das palabras: humildad, gratuidad y mansedumbre. Reflexionando sobre ellas, descubrimos que con humildad y gratuidad, el estilo de Dios se manifestará y revelará su modo de ser. Aprendemos esto también de Jesús. Así nos revela a Dios. Jesús nos presentó una vez más la sabiduría de los humildes y de los sencillos, en la escuela de la humildad, la gratuidad y la mansedumbre. El ejemplo más grande viene de las palabras de Jesús. “Cuando te inviten a una fiesta, no ocupes el primer lugar… sino que te sentarás en último lugar…” Y sin embargo, “Cuando organices un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni Tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no dejes que te inviten a tu turno y tú también serás recompensado.” Cuando nos colocamos así ante Dios, en la humildad, la gratuidad y la mansedumbre, Dios verá nuestro gesto, volverá sobre nosotros para exaltarnos y elevarnos a Él.


De la primera lectura (Sir 3,19-21,30-31) extraemos una palabra que podemos encontrar a lo largo de la Biblia: humildad. La humildad como valor está muy asociado al cristianismo, pero también es mal entendido, ya que nos referimos a una persona de espíritu pasivo, que no se enfrenta a nada ni a nadie. Esa palabra remonta a una profesora de catequesis, de secundaria; nos dijo que la humildad es caminar en la verdad; Tanto es así que en ese momento no entendí muy bien a qué se refería, pero era la invitación a aceptar nuestras propias limitaciones y reconocer nuestros talentos. Esta actitud nos ayuda a aprender y crecer en muchos aspectos de la vida.


Humildad proviene del latín “Humus” que significa tierra fértil. Actualmente se denomina “humus” a la tierra que se produce a partir de la descomposición de materias orgánicas. La humildad es la actitud que debe ayudar a los cristianos, hacer humus, escuchar de verdad, aceptar que soy igual al otro, admitir que no siento nada y que puedo aprender más de los demás. Ser humilde, ser humus es la apreciación plena y honesta de lo que somos. “Ser lo que se es con la mayor plenitud posible” nos dice Santa María Eugenia de Jesús.


En la segunda lectura (Hb 12,18-19, 22-24a) aparece otra palabra, mansedumbre, que significa tranquilo. Con estas dos actitudes, humildad y mansedumbre, seremos apreciados a los ojos de Dios, pero también a los ojos de nuestros hermanos, dice el texto.

La segunda lectura, como en el Salmo, habla de los justos, de personas que han vivido en la justicia. Aquí ya tenemos tres acciones/actitudes que nos acercan y nos ayudan a permanecer en el Señor: la humildad, la mansedumbre y la justicia. Creo que el texto es complejo y se llega a comprender se leemos los versículos anteriores (Heb 12, 16-17); estos hablan de los que no quisieron seguir escuchando porque no soportaban lo que escuchaban, pero lo que escucharon (acto de humildad) y se acercaron a la montaña de Sion, también se acercaron a Dios.


El evangelio (Lc 14,1.7-14) nos habla más claramente de la humildad; nos enseña cómo actuar. Jesús cuenta la parábola de los comensales que se disputaban los mejores (primeros) lugares y concluye “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Cuando Jesús predica sobre la humildad, no solo busca transmitir un valor, sino que llama a una nueva convivencia social, donde todos somos iguales, donde no hay distinciones sociales.

El texto tiene una segunda parte. Jesús propone al anfitrión otro estilo de banquete, donde los invitados son los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos, poniéndolos en el mismo lugar que el anfitrión, reconociéndolos como iguales. Dice que el anfitrión “se alegrará porque no podrá retribuir” (vv.13-14). Se trata aquí de optar por la gratuidad, en lugar del cálculo oportunista que quiere lograr una recompensa, que busca el interés y que busca el enriquecimiento. De hecho, los pobres, los simples y los que no cuentan nunca podrán devolver la invitación a una cena. Los humildes siempre serán invitados por Dios: “Amigo, sube más arriba”.


Hoy, 28 de agosto, en el calendario litúrgico, es la fiesta de San Agustín, apasionado por la verdad, que buscaba apasionadamente, mientras vivía una juventud sin límites. Influenciado por san Ambrosio, se encuentra con Jesucristo. Se hizo sacerdote y más tarde fue elegido obispo de Hipona. En Agustín se sintetizan el contemplativo, el pastor, el catequista, el predicador, el defensor de la fe, el promotor de la vida comunitaria. Su Regla monástica influyó en todas las reglas del occidente cristiano. Al inicio de la Congregación, la Regla de San Agustín fue elegida también por Santa María Eugenia para inspirar la vida religiosa en la Asunción.


Los escritos de San Agustín, especialmente los tomados de sus “Confesiones”, son muy hermosos y realmente tocan nuestra alma. Día para reflexionar sobre algunos de estos textos:
“Impulsado a volver a mí mismo, entré en lo más profundo de mi corazón, bajo tu dirección, Señor, y pude hacerlo, porque Tú viniste a mi rescate. Entré, y con la mirada de mi alma, cualquiera que sea su estado, por encima de esa misma mirada, por encima de mi inteligencia, vi la luz inmutable.
No es esa luz ordinaria que cualquiera puede ver. Tampoco era una luz de la misma naturaleza, sino mucho más brillante que la luz ordinaria, y tan intensa que todo sería penetrado por su resplandor. No fue nada de esto. Era otra cosa, algo muy diferente. Ella no estaba por encima de mi espíritu como flota el aceite en la superficie del agua, ni como el cielo se extiende sobre la tierra. Esta luz estaba sobre mí porque me creó; Yo estaba por debajo de ella porque fui criado por ella. Quien conoce la verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la eternidad. Es el amor el que la conoce. […]
¡Tarde te amé, hermosura tan vieja y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y ahí te busqué. En mi bajeza, me lancé bajo el encanto de las criaturas. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me alejaron de Ti las criaturas, estas cosas que no existirían si no existieran en Ti. Me llamaste, Gritaste, Venciste mi sordera; brillaste, brillaste, y disipaste mi ceguera; esparciste tu perfume, yo lo respiré y ahora suspiro por ti. Me sensibilizaste y me inflamaste para obtener la paz que hay en ti.”

Contribución: Gizelle Barzola y Hermana Dora Cruz

 

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