Somos transformados en la gloria de Cristo
Las lecturas de este domingo nos ayudan a seguir y mantenernos firmes en los propósitos cuaresmales que nos llevarán a la celebración de la Pascua del Señor. Los textos bíblicos iluminan el camino de la cruz, asumido por Jesús, como camino de transfiguración y de gloria.
En la primera lectura (Génesis 15,5-12,17-18) de este segundo domingo de Cuaresma, encontramos al Señor diciéndole a Abraham que su descendencia será infinita como las estrellas del cielo. La generosidad de Dios no tiene límites. El texto nos dice “Abraham creyó al Señor”, y entonces el Señor le promete darle la posesión de la Tierra. Pero como hombre fiel a las costumbres de su pueblo y de su tiempo, se pregunta: ¿Cómo sabré que la poseeré? El Señor respeta sus costumbres, no lo saca de su realidad, por eso hacen un pacto según las costumbres del pueblo de Abraham, estas consistían en el sacrificio de animales, donde ambas partes se comprometen; el Señor cumple su parte entregando la posesión de la tierra a Abraham que cree y confía en la palabra de Dios.
En la segunda carta del Apóstol San Pablo (Filipenses 3,17-4,1) nos invita a reflexionar sobre los modelos que seguimos a lo largo de nuestra vida. Muchos de ellos carecen de sentido y lo único que hacen es alejarnos de la verdad del camino y sobre todo de Dios. Las cosas terrenales solo provocan sentimientos de alegría a corto plazo. Y lo que realmente nos completa, nos colma, nos hace libres y felices es seguir un modelo único, que es el de nuestro Padre celestial.
Abraham nunca dejó de creer y confiar en Dios y toda su vida estuvo basada en el seguimiento del Señor. Y así el Señor le promete una gran descendencia. Nuestras vidas también pueden ser grandemente bendecidas si nos entregamos completamente al amor de Dios para que él “cambie nuestros cuerpos humillados” para que podamos ser partícipes de su gloria.
Recordemos que todo nuestro caminar y la realidad que vivimos tienen sentido y fundamento en el plan de Dios. Así fue para Abraham y sus descendientes, así fue para Pablo y la comunidad filipense después.
En el evangelio (Lucas 9:28b-36) encontramos a Jesús llevando a Pedro, Juan y Santiago a la montaña. Esta expresión nos hace pensar en personas convencidas, a las que ya no es necesario explicarles nada, saben quién es Jesús, lo conocen, confían en él y en su palabra. Los discípulos y Jesús son parte del mismo grupo, como una familia donde todo se comparte.
Pedro, Juan y Santiago creyeron en Jesús, por lo que pudieron participar de un momento único de su vida. La transfiguración es un anticipo de la gloria de Dios, un anticipo de lo bueno que es cuando Él se hace cargo de toda nuestra vida.
Los discípulos se sintieron atraídos por el rostro y la ropa de Jesús transfigurado. El texto también nos dice que Moisés y Elías aparecen vestidos de gloria; una prueba más de que Dios nos hace partícipes de su gloria cuando creemos y confiamos en él.
Aparece una nube, que los asusta, aparentemente por el encanto de presenciar tal evento; pronto una voz los despierta, los trae de vuelta al momento diciendo “este es mi hijo, el elegido, escuchen lo que dice.”
“La tierra es un lugar de gloria para Dios”, que es un proyecto que se construye cada día, paso a paso. La contemplación y los momentos de profunda intimidad con el Señor son esenciales para la vida de todo cristiano, lugar de encuentro con el Señor glorificado. Despertemos a la voz de Dios Padre que nos invita a seguir mirando y escuchando a Jesús que nos invita a estar con él. El mero encantamiento de Jesús no funciona, la propuesta es permanecer en el amor consciente que nos mantiene firmes aún en los momentos de confusión.