“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”
La liturgia de la Iglesia, en los cuatro domingos de Adviento, nos invitaba a prepararnos para la celebración de la Natividad del Señor. Hoy, 25 de diciembre, celebramos solemnemente la Navidad, la manifestación de la Palabra de Dios al mundo, a la humanidad.
El texto de la primera lectura es de la profecía de Isaías (Is 52,7-10), fue escrito al final del cautiverio en Babilonia y quiere reavivar la esperanza del pueblo cautivo. El pueblo de Israel, exiliado en Babilonia, había perdido todo lo que era importante para él: tierra, templo y se encontraba en una situación de frustración, desánimo y abandono.
El texto dice que los centinelas de la ciudad perciben y se contagian de la alegría de la noticia que traen los mensajeros: paz, Dios mismo consolará al pueblo y reconstruirá Jerusalén. Es una alegría contagiosa, que invita a todos, incluso a las ruinas, a gritar de alegría. Este gozo se manifestará a todas las naciones de la tierra, porque con la paz viene la justicia.
El Salmo Responsorial (Sal 98) comienza con una invitación a cantar alabanzas al Señor, agradeciendo sus acciones en la historia en favor de su pueblo. Toda la naturaleza también está invitada a regocijarse en el Señor porque el Señor viene a gobernar el mundo con justicia y rectitud. El último verso tiene los verbos en presente y en futuro (vienen a gobernar y gobernarán) indicando el comienzo del comienzo de una nueva era para el mundo entero.
La segunda lectura, texto de la Carta a los Hebreos (Hb 1,1-6), nos recuerda la historia del proyecto de salvación de Dios. Habló al pueblo de diferentes maneras: a través de la creación, a través de los patriarcas, de los profetas y en los últimos tiempos habló a través de su hijo Jesucristo, el Verbo Encarnado. Jesús, siendo la imagen perfecta del Padre, revela y refleja la gloria de quien lo envió.
El Prólogo (comienzo) del Evangelio de Juan (Jn 1,1-5,9-14) es un antiguo himno cristológico, es una confesión, un credo de la comunidad joánica. Un relato de la llegada de Dios a la historia.
Comienza con la primera palabra de la Biblia: “En el principio”, es decir, la relación de continuidad entre el relato de la creación del Génesis y el de la obra de la redención. En Génesis Dios crea todo con su palabra. Muestra que es el comienzo de la inauguración de una nueva era para el mundo y para los seres humanos, que en Jesús nacerá un hombre nuevo. Dios creó el mundo y todo lo que hay en él por Su Palabra, la Palabra que estaba con Él antes de que el mundo fuera creado. El Verbo era Dios, es decir, tenía la misma naturaleza que Dios.
Jesús es la Palabra, es la Vida, es la Luz que existía en el corazón de Dios. Esa Palabra vino a vivir entre nosotros. En la figura de un niño diminuto, se encarnó en el seno de María, para revelarnos cómo nos ama Dios, para darnos a conocer el rostro y el modo de ser Dios. Esa Palabra es la presencia personal de Dios en nosotros y entre nosotros. Con la encarnación se revela la gloria de Dios en la persona de Jesús.
Jesús como luz, vino a iluminar a todos pero las tinieblas no aprehendieron la luz. Es decir, Jesús no fue bien recibido por todos. Pero los que lo acogieron, los que se dejaron transformar por la Palabra, salieron de las tinieblas y se hicieron hijos de Dios. Se establece una nueva relación entre Dios y los hombres.
Después de presentar a Jesús como Verbo y luz, el texto nos habla de Juan, enviado por Dios para ser testigo de la luz. Juan, esta figura fuerte que nos acompañó durante el tiempo de Adviento, señalando y revelando quién es Jesús, es el primer testigo de Jesús, cuando aún en el seno de Isabel, salta de alegría reconociendo que el que está en el seno de María es el Señor. Juan deja claro que él no es la luz.
Este texto nos da la esperanza de que todo será nuevo, se recreará. Jesús es el Verbo encarnado y revela el amor de Dios por nosotros, amor eterno y misericordioso. La palabra es una forma de comunicarnos, de expresarnos, de revelar nuestros pensamientos y deseos. Las palabras revelan lo que está en nuestras mentes y en nuestros corazones. Así, Jesús como el Verbo encarnado, que estaba con Dios, viene en su carne para manifestar el corazón y los pensamientos de Dios a la humanidad.
Celebrar el nacimiento de Jesús es regocijo porque el Señor de la historia ha venido a vivir en nosotros y entre nosotros. Él es el Príncipe de la Paz, que viene a traer el amor y la justicia a todos y revela el rostro de Dios a todas las naciones.
Necesitamos estar atentos para ver la luz que brilla en la oscuridad y da vida especialmente a los menos afortunados.
Santa María Eugenia, escribe en 1843, sobre la Encarnación: “la Encarnación es el misterio al que deben tener especial devoción, porque es en este misterio que todas las cosas humanas se deifican y encuentran su fin. El mundo fue hecho para Jesucristo y la enseñanza de la historia debe demostrarlo… Es en la vida de Jesucristo que tenemos el pensamiento divino sobre todas las posiciones, acciones y cosas de este mundo; y es a través del misterio de la Encarnación en el que Dios realizó corporalmente las obras de misericordia que la caridad activa fue deificada…”
Hermana Nadia Lucía Souza Cotta