¿LOS SUEÑOS SE HACEN REALIDAD?

¿Será? … ¿Los sueños siempre serán solo sueños, o algún día se harán realidad?… ¿Lo harán?…

Esta pregunta ha atormentado a muchas personas… Ha acompañado al ser humano desde sus orígenes. Sí, porque fuimos creados para ser más de lo que somos, es decir, para ampliar nuestra capacidad de llegar cada vez más lejos… Nuestra mente fue hecha para volar, para volar lejos y alcanzar, incluso superar, lo que hoy llamamos “el límites del conocimiento humano”… Posiblemente, en años, o siglos, estos “límites” ya estarán más allá…

Nuestros ancestros de hace milenios, ciertamente, al mirar las aves que existieron en su tiempo, se maravillaban y soñaban con poder volar también. Muchos siglos después de aquella primera mirada a las alturas, curiosa y llena de deseo, la prueba de que el sueño seguía vivo en el corazón de la humanidad fue la leyenda de Ícaro, en la antigua Grecia. Ícaro trató de volar como los pájaros. Se hizo enormes alas de cera, las cubrió con plumas y las ató a su propio cuerpo. Dispuesto a volar, se lanzó por los aires desde lo alto de un cerro, imitando el movimiento que hacen las aves con sus alas… Los primeros segundos de este vuelo debieron ser embriagadores, pero pronto el calor del sol derritió la cera. en sus alas, y el sueño se estrelló contra el suelo…

Según la leyenda, los dioses del Olimpo, en los que creía el pueblo de Ícaro, habrían acabado con su sueño como castigo por haber transgredido los “límites” de ser sólo un ser humano…

Pero este sueño de transgresión no murió… Continuó atormentando la mente y el corazón de muchas personas… Prueba de ello es que, en pleno siglo XX, un hombre flaco y frágil reunió a una multitud en París y, en frente a esas personas, se convirtió en el hombre más poderoso de la Tierra, ya que podía volar en una máquina que había construido. Santos Dumont no corrió la misma suerte que Ícaro: su intento fue exitoso, despegó y aterrizó, sano y salvo…

Pero eso no significó que el sueño muriera… Otros continuaron perfeccionando su invento. Es interesante comparar una foto del avión de Santos Dumont con una foto de los grandes aviones que hoy hacen vuelos intercontinentales. Hoy, las palabras “dron”, “OVNI”, “estación espacial”, “cohete”, y tantas otras en esta misma línea forman parte de nuestro discurso cotidiano porque muchos se dedicaron a perfeccionar la realidad en que se había convertido el sueño…

En este mismo siglo, un hombre que nos dejó un gran ejemplo de vida pronunció un discurso ante una multitud reunida. Comenzó su discurso diciendo: “Soñé… soñé que mis hijos vivirían en una tierra donde el valor de una persona se medía por lo que hacía, no por el color de su piel…” Ese hombre era Martin Luther King. Lo mataron por su sueño…
Pero este sueño tuyo no ha muerto… Tampoco se ha hecho realidad… El racismo sigue existiendo en el país del hombre que tuvo el sueño, así como en tantos otros, incluido el nuestro… Pero lo importante es mantener vivo este sueño, de una forma u otra, para que se haga realidad.

Un siglo antes que él, en el siglo XIX –que parece haber sido un siglo de grandes sueños y grandes logros– una mujer tuvo un sueño… “Sueño, dijo, con un estado social en el que nadie sufra la opresión de otro.” Soñaba con una sociedad igualitaria, donde no hubiera opresión de unos sobre otros, donde hubiera justicia y respeto a los derechos de cada uno. Y vio que la educación sería el gran instrumento que cambiaría las mentalidades y produciría la transformación social. Esta mujer era Santa María Eugenia.
Este sueño tampoco murió, ni se hizo realidad por completo. Debe ser llevado en el corazón por todos y cada uno de los que conocemos y admiramos a María Eugenia.

Los sueños no están hechos para morir. Los sueños están hechos para ser compartidos, llevados en el corazón como banderas. Los grandes sueños nunca son obra de una sola persona. Ellos “infectan”, por así decirlo, a otros para que puedan ser adoptados, nutridos y cuidados para tomar formas progresivamente concretas y cada vez mejores. Por eso los sueños se hacen realidad, sí, pero necesitan tiempo para esto. Los grandes sueños necesitan ser madurados, probados, discernidos. Los sueños necesitan ser compartidos, porque cuando muchas personas sueñan juntas, las cosas comienzan a suceder. Los sueños mueven la historia humana…

Los sueños, no los sueños que soñamos mientras dormimos, sino los sueños que soñamos mientras estamos despiertos, son el dinamismo que atraviesa generaciones. El ser humano es grande porque es capaz de soñar, de tener ideales, de construir algo. Los sueños compartidos forman grupos de personas que, unidas por un mismo ideal, luchan por su realización concreta.

Este 30 de abril, para ser más concretos, celebraremos el 184 aniversario de la existencia de uno de estos grupos, el grupo que, en 1839, comenzó a reunirse en torno a María Eugenia, identificados con el sueño que era el y comprometidos mismo a trabajar para su realización. Esta es la fecha de fundación de las Religiosas de la Asunción. Hoy, repartidas en 32 países, mantienen vivo el sueño de María Eugenia: trabajar por el Reino de Dios, transformando nuestro mundo en lo que Dios quiere que sea. Hoy, repartidos por estos mismos países, los grupos de Asunción Juntos, laicos y laicas imbuidos del mismo sueño de transformación social, se unen a las Hermanas para poner en práctica las enseñanzas de Santa María Eugenia y hacer realidad el sueño –suyo y nuestro– una realidad – convertirse en realidad. Es nuestra fiesta, todos los que creen en este sueño y quieren hacerlo realidad. La invitación, entonces, es a celebrar juntos, al son de esa hermosa canción:
“Sueño que uno sueña solo
Puede ser pura ilusión;
Sueña que sueñas juntos
Es un signo de solución;
Así que soñemos, compañero,
sueña a la ligera,
Soñando en multitud”.
Estamos viviendo la Pascua, tiempo de celebrar la Vida Nueva, de vivir la alegría. Que esta fiesta continúe en nuestra vida cotidiana, durante toda nuestra vida. Felices Pascuas, porque “La Pascua no es sólo hoy, la Pascua es todos los días”.


Hermana Regina Maria Cavalcanti

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