“Bienaventurado lo que han puesto su esperanza en el Señor”
El tema de las lecturas de este domingo nos trae el papel de Dios en nuestra vida, abordando, sobre todo, la esperanza que ponemos en el Señor y comparando una vida basada en sólidos principios con una vida basada en la superficialidad, el egoísmo y el orgullo. Narra la vida pobre y limitada en la aridez de un desierto en contraste con la fertilidad y riqueza de una llanura aluvial donde todo brota y florece. Otros puntos tratados son la relación entre la resurrección de los hombres y la Resurrección de Jesús, así como el anuncio de las bienaventuranzas en el Evangelio de Lucas.
La primera lectura (Jeremías 17,5-8) nos habla del hombre que se apoya y confía sólo en la capacidad humana, despreciando a Dios; no quiere decir que no podamos confiar y contar con la ayuda de nuestros semejantes, sino que, además, tenemos confianza y nos apoyamos, principalmente, en la fuerza que viene de Dios. El profeta, de hecho, denuncia la autosuficiencia del hombre, refiriéndose incluso a Judá que, en ese momento, puso toda su esperanza en el ejército egipcio en lugar de confiar en su Dios, Yahvé. Prescindir de Dios y no contar con Él significa construir una existencia limitada y efímera como una zarza plantada en el desierto, condenada a muerte prematuramente. La segunda parte del texto de Jeremías nos trae precisamente la antítesis, es decir, quien confía en Dios y pone en él su esperanza es como una zarza plantada junto a un río, de la que saca el alimento que necesita para desarrollarse y dar fruto. Aquí tenemos fecundidad, solidez y abundancia de vida.
Esta lectura nos trae un importante punto de reflexión que es la limitación de la condición humana. A lo largo del tiempo, hemos acumulado mucho conocimiento y logrado grandes logros en los más diferentes campos de nuestra vida: en la medicina, en el arte, en el avance tecnológico. Pero, ¿será esto suficiente para responder y cumplir todos los anhelos de nuestra alma? Ciertamente tenemos muchos beneficios con todos estos logros, pero, por otro lado, también tenemos muchas frustraciones si estamos vinculados solo en esta esfera material y humana. Las dificultades de la vida nos debilitan y nos desesperan. De ahí la necesidad de poner nuestra esperanza en Dios y poder alimentar y consolar nuestra alma en la búsqueda de la paz, la serenidad y la plenitud. Sólo en Dios encontramos la roca segura que no falla y no nos defrauda.
El Salmo 1 cuyo estribillo es “Bienaventurado el varón que ha puesto su esperanza en el Señor” refuerza el texto de Jeremías comparando los destinos de aquellos que ponen su esperanza en Dios y aquellos que se alejan de él.
En la segunda lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20), Pablo establece la conexión entre la Resurrección de Cristo y la del hombre: si creemos que Cristo resucitó y venció a la muerte, esto implica necesariamente la creencia en nuestra resurrección porque esta es la promesa de Dios, es decir, que tengamos una vida plena y gocemos de la eternidad, encontrándonos definitivamente con Él. Esta es la perspectiva que da sentido al camino del cristiano en este mundo.
La fe cristiana contempla la dimensión de la resurrección del hombre, ampliando así los horizontes de la vida humana y mostrando que nuestra existencia no tiene límites y no termina con la muerte. Nuestra vida presente no es un drama absurdo, sin sentido, sin propósito; es la construcción del Reino de Dios que se realiza a través de la lucha continua del pueblo cristiano contra la injusticia, la opresión y la falta de libertad para tener, ahora, una vida plena hacia el encuentro definitivo con el Padre. Es interesante señalar que la segunda lectura entronca con la primera, complementándola, porque la fe en la Resurrección es motivo de esperanza para ampliar nuestros horizontes y hacer de nuestra vida un camino constructivo en la experiencia de la paz, la alegría y la solidaridad.
En el Evangelio de Lucas (6,17.20-26), tenemos la proclamación de cuatro bienaventuranzas que traducen la propuesta de Jesús para los hombres, contemplando una nueva lógica para la existencia humana. Los destinatarios de estas bienaventuranzas son precisamente los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos. En otras palabras, constituyen una clase de personas desprovistas de bienes y que sufren la soberbia y violencia de los ricos y poderosos, siendo víctimas de la injusticia y la arbitrariedad. Por eso lloran, tienen hambre, sufren persecución y están desamparados. Y son precisamente estas personas las que recibirán la recompensa de Dios en primer lugar, porque viven en una situación intolerable a los ojos de Dios.
La salvación, propuesta y ofrecida por Dios, se extiende a toda la humanidad, pero la misericordia y la bondad de Dios deben derramarse, prioritariamente, sobre quienes han sido privados de una vida digna. Las bienaventuranzas corroboran lo que Jesús ya había dicho antes, al comienzo de su actividad en Nazaret, es decir, que el Padre lo envió para que liberara a los oprimidos, devolviéndoles la libertad y la plenitud de vida. Otro significado que podemos inferir de las bienaventuranzas es que la promesa de salvación ofrecida por Dios encuentra mayor acogida en las personas sencillas, humildes y desvalidas, es decir, personas que no se identifican con la lógica de este mundo, regidas únicamente por los intereses de gente egoísta, orgullosa y arrogante.
En la segunda parte del Evangelio tenemos el reverso de la medalla, es decir, se describen verdaderas “maldiciones” que caerán sobre los ricos, que explotan a los más débiles y que cultivan en su corazón el orgullo y la vanidad. Estas personas sufrirán las consecuencias de sus propias acciones; no quiere decir que Dios no los contemple en su propuesta de salvación, porque Dios propone el Reino para toda la humanidad. Pero si persisten en esta lógica de vida, no encontrarán espacio en el Reino que Jesús vino a proponer.
Finalmente, este domingo tenemos un verdadero mensaje de esperanza que nos debe animar: cultivando las enseñanzas de Jesús tenemos alimento para nuestra alma y fuerza para superar nuestros límites, caminando hacia la vida en plenitud con el Padre.