“ECHAR LAS REDES EN AGUAS MÁS PROFUNDAS”
La liturgia nos muestra tres relatos de vida de personas humildes y sencillas llamadas a la misión. Dios los llama, los convoca a realizar su proyecto.
La primera lectura (Is 6,1-8) trae un relato que tiene lugar en el Templo de Jerusalén, hacia el 740/739 a.C. Isaías tendría unos 20 años. Es un joven que reza y en el transcurso de una liturgia siente la llamada de Dios. Al principio se siente pequeño, pecador y perdido. Es consciente de sus limitaciones, pero Dios lo fortalece y lo empodera. Aun sin saber dónde y cómo ejercerá su misión de profeta, dice que sí: “¡Aquí estoy, envíame!”.
A veces, las ganas de callar y seguir con la rutina del día a día es mayor que cualquier otra cosa. Hay un enorme deseo de ser ciegos, sordos y mudos ante los llamados diarios que son llamados de Dios. ¿Le ha sucedido esto a usted? ¿Ha respondido con prontitud al llamado de Dios para una misión? ¿O pedir disculpas cada vez? Dios quiere contar contigo.
En la segunda lectura (1 Cor 15, 1-11), vemos que Pablo también experimentó la forma maravillosa en que Dios entró y revolucionó su vida. A los corintios, que dudaban de la resurrección de Jesús, tiene una respuesta elocuente y firme que hace con pasión. Es con la vida misma del resucitado, en todos los sentidos, que anuncia con vigor y valentía su experiencia personal de que Cristo ha resucitado. Insiste en que toda su vida, y también nuestra fe, sería en vano si Cristo no hubiera resucitado. El encuentro con Cristo es un hito en la historia de Pablo y de la nuestra y provoca, o debería provocar, una transformación en nosotros y en nuestro entorno. ¿Cómo estás actuando después de encontrarte con Cristo resucitado? ¿O aún no lo has encontrado?
En el Evangelio (Lc 5,1-11) vemos a la multitud hambrienta y sedienta de la Palabra de Dios, por lo que se arremolinan alrededor de Jesús para escuchar su enseñanza. Las redes de pesca están vacías. ¿Qué hacer para que todos puedan oír y comprender la Palabra de vida? La solución no tarda en llegar: Jesús se sube a una barca y sale de la orilla; para que todos tengan acceso a la Palabra. Grandes multitudes están presentes para escuchar a Jesús. En nuestro hoy vemos que en varias de nuestras iglesias y pastorales hay un vaciamiento. La red está vacía. ¿Ya no nos atrae la Palabra? ¿Qué causa esto dentro de mí? ¿Esta realidad me cuestiona? ¿Cómo es mi participación y compromiso con y en la barca de Jesús que es su Iglesia?
El Mar o Lago de Genesaret es donde Jesús manifiesta su poder. El mar era símbolo de las naciones paganas y entendido como un espacio para las fuerzas del mal; aquí Jesús actúa con una actitud de supremacía sobre él.
El barco siempre será un lugar de refugio y convivencia, representa a la comunidad. Decir sí a la vocación es estar en el mismo barco con Jesús. Estar en un barco es ser una comunidad, ser apoyado por la comunidad. ¿Te sientes parte de esta comunidad? ¿Qué hace el hormigón?
Pedro, como Isaías en el templo, reacciona del mismo modo y con la misma disponibilidad diciendo sí a la llamada. Y alrededor de Jesús comienza a formarse un grupo de los más sensibles a la llamada a la misión. Usted es parte de este grupo. Que la respuesta de cada día sea también la prontitud.
Es importante confiar en la Palabra de Jesús: “Echad las redes a aguas más profundas”. Todos sabemos que la pesca es más abundante por la noche. Y Jesús les pide que echen las redes durante el día, él ni siquiera era pescador. Y Pedro escucha y obedece: “Yo echaré las redes a tu palabra”. Jesús muchas veces nos desestabiliza con propuestas impensables que vienen de diferentes maneras. ¿Eres, como Pedro, obediente a la Palabra? ¿O tienes miedo de adentrarte en aguas más profundas? ¿Dónde está su discipulado y su confianza en el discipulado?
Ser pescador de personas… Pedro seguirá siendo pescador, no dejará su profesión, pero lo hará de otra manera. Para los cristianos es esto, basta cambiar el camino, el camino y vivir su nueva misión; de este modo será efectivamente un signo de Dios en la vida del otro y en la propia vida, ayudando a construir una sociedad más humana y justa.
Dios llama donde y como quiere, ya sea en el templo en la oración o en el trabajo cotidiano. Toda persona llamada a una misión es consciente de sus limitaciones, pero correr y rechazar no es la solución. Pedir fuerza y afrontarla con valentía es la solución. Santa María Eugenia fue una mujer que vivió profundamente esta realidad cuando fue llamada a la edad de 19 años para una misión. Después de mucho discernimiento, sufrimiento y oración, respondió que sí, diciendo: “Dios nos da a cada uno de nosotros todo lo que necesita para cumplir su misión”. Vivió plenamente la acción de Dios en su vida.
El llamado es a ser fieles a la Palabra de Jesús ya las orientaciones de la Iglesia. Nuestra Iglesia no es un barco a la deriva. Tenemos un conductor que es el Papa Francisco cuyas enseñanzas y testimonio debemos seguir porque estamos juntos en el mismo barco.
Damos gracias a Dios por tantos hermanos y hermanas que son llamados, que dejan todo y asumen la misión de ser pescadores de personas; con la respuesta de cada persona se combate muy mal, la injusticia, el egoísmo, la miseria y todo lo que hiere la dignidad humana.
Oremos al Dueño de la mies para que envíe cada vez más jóvenes, mujeres y hombres, a subir a la barca junto con Jesús, dispuestos a vivir con valentía y firmeza este hermoso proyecto liberador.