La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos revela la imagen de Dios que es misericordioso, compasivo, paciente, tierno, siempre dispuesto a perdonar y que nos invita a la conversión.
La primera lectura (Ex 3,1-8a.13-15), continuidad de los relatos de la Alianza, nos trae el encuentro y el diálogo de Dios con Moisés. Moisés apacienta el rebaño cuando Dios lo llama y se le revela; recordando a los antepasados del pueblo, se muestra como un Dios profundamente humano, sensible, presente en la vida y especialmente en los sufrimientos del pueblo. Los verbos utilizados en el texto: ver, oír, conocer, descender y ascender, demuestran la estrecha relación de Dios con el pueblo.
Moisés le pregunta a Dios cuál es su nombre. La respuesta de Dios muestra cómo es Él: una presencia constante con la gente en todo momento, lugar y evento.
La segunda lectura (1Cor 10,1-6,10-12) Pablo escribe a los Corintios, cristianos provenientes del paganismo en su mayoría. Recuerda la historia del pueblo de Israel durante la travesía del desierto y cómo Dios acompañó y alimentó al pueblo durante este tiempo. Aun así, el pueblo se quejaba de Dios, recordando lo que tenían en Egipto.
Las figuras (nube, paso del Mar Rojo, maná y agua de la roca) que Pablo presenta a los corintios son figuras del Bautismo y de la Eucaristía y signos de la presencia de Jesús, para que la comunidad las vea como ejemplo y permaneced fieles a Dios, que fiel es el. Es un llamado a cambiar de actitud ya perseverar en los caminos del Señor.
El pasaje evangélico de hoy sólo se encuentra en Lucas (Lc 13,1-9). El relato se sitúa en el viaje de Jesús con sus discípulos, desde Galilea a Jerusalén. Es un texto que nos invita a la conversión, una invitación adecuada al tiempo que estamos viviendo, la Cuaresma.
El texto que da comienzo a la lectura de hoy, el episodio que tuvo lugar en Jerusalén en el que los galileos fueron asesinados por orden de Pilatos, no se conoce por ninguna otra fuente bíblica.
En tiempos de Jesús, sufrir cualquier desgracia, como la pobreza, o incluso la enfermedad y morir prematuramente, se consideraba un castigo de Dios para el pecador. Podemos recordar el texto sobre el ciego de nacimiento, que se encuentra en el Evangelio de Juan, cuando los discípulos le preguntan a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego?”. (Jn 9,2).
Esta pregunta muestra la creencia que existía en la época -la Teología de la Retribución- en la que una persona recibía de Dios la recompensa o el castigo según sus méritos. Para aquellos que creían en esta teología, la riqueza (que a menudo se ganaba a través de la explotación) provenía de las bendiciones de Dios y la pobreza provenía del pecado de una persona. Esta teología anula la gratuidad y la misericordia de Dios hacia todos. Desgraciadamente esta teología sigue presente en nuestro tiempo. Pero Jesús, respondiendo a los que denunciaron el hecho, muestra a través del ejemplo de un accidente en Jerusalén (v.4), que la interpretación del hecho no es correcta, Dios no castiga de esta manera. Todas las adversidades son ocasiones para pensar en la fragilidad e inseguridad de la vida y también en la urgencia de la conversión; y así buscamos tener una vida digna de discípulos de Jesús.
Luego, en otro contexto, Jesús cuenta una parábola que revela la misericordia de Dios. El dueño de la viña es Dios, que viene buscando fruto y no lo encuentra. Jesús es el viñador que pide al Padre una oportunidad más para la higuera. Él la cuidará, la fertilizará. Jesús revela otro rostro del Padre: misericordioso, paciente, compasivo, tierno. La parábola termina abiertamente. Depende de la higuera decidir si, con todos los cuidados que recibirá, dará fruto.
En este tiempo de Cuaresma, busquemos, como cristianos, contemplar la presencia de Dios en nuestras vidas. Él no hace daño a nadie, pero utiliza cada evento para revelar su presencia amorosa e invitarnos a volvernos hacia él.
Nádia Lucia Cotta RA Belo Horizonte – MG – Brasil.