“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

El tema principal de este domingo es la oración. Por eso pedimos: “Dios eterno y omnipotente, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad”. Sin fe no “agradamos” a Dios, La oración que brota del corazón que tiene fe, humilde y confiado. Confiado en el Dios que escucha y responde, responde “a los gemidos de los pobres, de los huérfanos y de las viudas”.


Dios escucha y contesta la oración que brota de un corazón humilde, contrito, abatido porque Dios es amor misericordioso, siempre está dispuesto a perdonar a los que tienen un corazón humilde y contrito, pero resiste a los orgullosos de corazón, a los que piensan que la salvación es debe a sus obras: Ahora bien, la salvación es don de Dios. Nadie puede jactarse de sus obras.. “Por gracia sois salvos por medio de la fe”. La salvación no viene de nosotros, es un regalo de Dios. No estamos orgullosos de nuestras buenas obras. Acordémonos de pedir perdón por nuestros pecados: “Dios mío, ten piedad de mí, pecador”


En la Primera Lectura (Eclesiástico 35,12-14.16-18), Ben Sirá agrupa diversos temas en sus sentencias y exhortaciones, entre ellas la humildad y las practicas grabables a Dios. Por esa razón pone de manifiesto la predilección del Señor y su justica por los pobres y oprimidos. Cuando se ensalza la plegaria perseverante de quien se siente pobre delante de Dios, de quien necesita de Él por encima de todas las cosas, y es escuchado por Él. Rendir culto, ponerse en oración constante, exponer su suplica humilde es agradable al Señor. La humildad como actitud y la súplica como acción son agradables ante Dios Padre.

 
En Segunda lectura, Carta de Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18), el autor se presenta en los últimos días de su vida, antes del martirio, sintiéndose abandonado por casi todos, pero no está solo, el Señor lo acompaña dándole fuerza para, aun en ese momento, seguir proclamando el mensaje. Son en los momentos turbulentos donde nuestras vidas tienen que manifestar que somos seguidores de Jesús.

 
En este texto se habla de la muerte como la victoria del mensaje evangélico. Se percibe claramente que la muerte del Apóstol no es el final; como tampoco es para nosotros nuestra muerte. Su vida ha sido como una carrera larga, por una corona la de la justicia, que Dios otorga a los que son fieles. Por otra parte, a Pablo no le preocupa su autodefensa, sino que entiende el martirio como otra oportunidad de hacer conocido el evangelio en todas partes.


Para entender el evangelio de hoy (Lucas 18,9-14), debemos centrarnos en el versículo 9, “aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás”. El texto nos muestra dos personas opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico. Lucas, utilize el modelo y el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de perversión religiosas de su pueblo, por ejercer una de las profesiones malditas de la religión, colector de impuestos, y porque trataba con paganos.

 
El escrito cuenta con muchos destalles, nos parece estar ahí viendo a ambos en el templo: el fariseo está “de pie” orando; el publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es y que no esigual que “aquel”; el publicano invoca a Dios y pide misericordia y piedad.

 
En ese tiempo ser cobrador de impuestos era un trabajo voluntario, pero mal visto por tratar con los paganos. Socialmente cuando se realizan tareas, acciones o estilos de vida que no encajan con normas morales y religiosas, se les pone tintes de “maldito”, “impuro”, considerándolos como pecadores y decimos “gracias por no ser como aquel”; esto pone tal peso en el publicano que se siente humillado y no se siente digno de levantar la Mirada hacia Dios. El señor recibe y escucha las suplicas que van acompañadas con una sincera intención de conversión.

 
El fariseo, no se confronta con Dios y con él mismo, se confronta con el “pecador”. El publicano que está al fondo y no se atreve a levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo. El pecador sabe que Dios es misericordia y bondad. El fariseo, que no sabe encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en sus juicios negativos sobre él. El publicano ha hecho de la religión una necesidad de curación verdadera. Solamente dice una oración, muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”, no le hace falta decir más.


Giselle Barzola -Laica do Asunción Juntos. La Rioja – Argentina

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