“¡Preparad el camino del Señor, enderezad sus veredas!”
La liturgia de este domingo nos invita a un cambio interior: despojarnos de todos los valores pasajeros y egoístas, cambiar nuestra forma de pensar y basar nuestra vida en los valores que forman el Reino de Dios.
En la primera lectura, del libro del profeta Isaías (Is 11, 1-10), vemos claramente la propuesta amorosa de Dios, presentándonos a su ungido como camino de salvación, procedente de la descendencia de David, sobre quien reposa la plenitud de su Espíritu; su misión es la reconstrucción del Reino de paz y justicia que nunca terminará, donde serán desterradas las divisiones, las desarmonías y los conflictos.
La segunda lectura, tomada de las cartas de san Pablo a la comunidad de los romanos (Rm 15, 4-9), se dirige a todos los que han recibido de Jesús la propuesta del Reino. Todo cristiano necesita también, a través de su vida, ser el rostro de Cristo visible en el mundo para todas las criaturas. El camino es dar testimonio de unión, de amor, de compartir, de armonía entre ellos y, sobre todo, de acoger y ayudar a los más necesitados, como también lo hizo vuestro maestro Jesús.
El Evangelio de este domingo (Lc 3, 4.6), presenta a Juan Bautista anunciando la venida del Señor. João invita a sus contemporáneos a cambiar de mentalidad, de valores, de actitudes, para que en sus vidas haya lugar para esta propuesta del que viene. Jesús propondrá un bautismo “en el Espíritu Santo y en fuego” que nos hará “hijos de Dios” y capaces de vivir en la dinámica del “Reino”.
Considerando la lectura de este domingo del libro del profeta Isaías, la mayoría de los teólogos no logran establecer el momento histórico exacto en el que aparece este oráculo dentro de la comunidad de Israel; para algunos, sin embargo, es el período final de la actividad profética de Isaías (714 aC) En esta lectura tenemos un poema que alimenta el sueño de volver a este período ideal del reinado de David y que da impulso a la corriente mesiánica.
Cuando el rey Ezequías comenzó a dirigir los destinos de Judá, preocupado por el fortalecimiento del Imperio Asirio, hizo una alianza con Egipto para proteger a su pueblo. Vemos en el texto que el profeta Isaías estaba en contra de esta alianza política, viendo en ella una pérdida de confianza en la fuerza de su Dios, porque, en su visión, Ezequías puso confianza y esperanza en el poder de los ejércitos extranjeros, dejando de lado la poder de tu Dios. Este camino solo podía, en opinión del profeta, llevar a Jerusalén a su ruina como nación. De hecho, sus predicciones se hicieron realidad cuando Senaquerib invadió Judá, sitió Jerusalén y obligó a Ezequías a someterse al poder asirio (701 a. C.).
En este contexto completamente desesperanzado, el profeta comienza a soñar con una nueva era, sin armas y sin guerras, de justicia y paz sin fin. Eso sólo podía surgir por iniciativa del mismo Dios.
Este es el contexto en el que el profeta nos dirige su mensaje. Primero (versículos 1-5), el profeta presenta la llegada de una persona que será instrumento de Dios en la construcción de la paz. Este instrumento de paz sólo puede venir de la raíz de Jesé, padre de David; por lo tanto será de la simiente de David, nos vincula a la promesa hecha por Dios a David – cf. 2 Sm 7) teniendo como misión la reconstrucción de Israel y el restablecimiento de la paz que el Pueblo de Dios conoció durante el reinado de David.
No podemos olvidar el hecho planteado por Isaías de que este enviado de Dios estará animado por el mismo Espíritu que ordenó el universo en la creación, que animó al pueblo de Israel, que inspiró a los profetas. Este Espíritu confiere a este enviado de Dios todas las virtudes que animaron a sus antepasados: Espíritu de sabiduría e inteligencia como Salomón, espíritu de consejo y fortaleza como David, espíritu de conocimiento y temor de Dios como los patriarcas y profetas.
De la plenitud de los carismas brota el ejercicio de la justicia y la construcción de un “reino” donde se respeten los derechos de los pobres y donde los oprimidos conozcan la libertad y la paz. Del “reino” que inaugurará el “mesías” quedarán excluidas la injusticia, la mentira y la opresión.
El profeta nos muestra cómo este Mesías traerá la paz de una manera asombrosa que involucrará a todo el universo creado por Dios (vers. 6-9). De esa manera todos pueden vivir juntos. Incluso la serpiente antigua tendrá que someterse al ser humano comprometido en la construcción de este cielo nuevo y esta tierra nueva.
La Carta a los Romanos, escrita por Pablo, puede ser vista por nosotros como una propuesta de reconciliación, dirigida a la comunidad romana, pero dirigida a toda la Iglesia fundada por Jesús. Escrito en la época en que vemos que la diferencia cultural, presente en las comunidades cristianas, comenzaba a dividir a las provenientes del judaísmo de las provenientes del paganismo. Pablo quiere de entrada eliminar todo peligro de división, no renunciando a la unidad de la fe dada por Cristo ya la igualdad en la filiación presente de Dios a todos los que han recibido el bautismo.
El texto que se nos propone pertenece a la segunda parte de la carta y Pablo exhorta a los cristianos a no discriminar, a vivir en el amor; siguiendo el ejemplo de Cristo que siempre estuvo del lado de tantas categorías de personas despreciadas por la sociedad de su tiempo.
De todo esto, queda el mensaje: Debemos vivir en armonía, acogiendo a todos, especialmente a los más necesitados de ayuda; del amor y del compartir nadie puede ser excluido. Tampoco hay que olvidar que poder vivir así es un don de Dios, un don que los creyentes debemos pedir al Padre en todo momento.
En el Evangelio, Mateo presenta a la figura que quiere prepararse para acoger a Jesús: Juan Bautista, uno de los grandes profetas de Israel. Juan Bautista tuvo gran aceptación e influencia popular, predicó la conversión de todos los que le buscaban, en vista de la proximidad del juicio de Dios. Vivía en el desierto de Judá, a orillas del río Jordán. Su mensaje se centró en la urgencia de la conversión, ya que el “juicio de Dios” era inminente; incluía un rito de purificación por agua, rito muy frecuente, por cierto, entre algunos grupos de judíos de la época. Es posible que Juan tuviera alguna relación con esta comunidad esenia asentada en Qumran: el tema del juicio de Dios y los rituales de purificación por el agua formaban parte de la vida cotidiana de la comunidad esenia.
Los primeros cristianos identificaron a Juan con el mensajero anunciado en Isaías 40,3 y con Elías (2 Reyes 1,8) que, según la tradición judía, anunciaría la llegada del Mesías. En esta interpretación, Juan sería el precursor que viene a preparar el camino del Señor.
La figura de João es una figura que, por sí misma, nos interpela y nos interpela. Su acción se desarrolla en el ambiente desértico, lugar de privación, de despojo, pero también lugar tradicional de encuentro entre Dios y su pueblo elegido, se viste de manera sencilla, diciendo no a las ropas finas de los sacerdotes de la capital. ; su forma de vida deja claro que este hombre no explota a su comunidad, su convicción proviene de las actitudes que profesa, actitudes que cuestionan una determinada forma de vivir, centrada en las cosas, en los bienes materiales, en el “tener”.
Mateo resume todo el anuncio de Juan en la frase: “Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado”. La conversión es urgente aquí, porque el Reino de Dios está cerca, momento en el cual Dios destruirá a los malos e inaugurará, con los buenos, un cielo nuevo y una tierra nueva. Nos dice: “El que viene después de mí… os bautizaré en Espíritu Santo y fuego» (v. 11).
La liturgia de este domingo nos invita a la reflexión. Para nosotros cristianos, Jesucristo es el “Mesías” que vino a hacer realidad el sueño del profeta. Inició este nuevo “reino” de justicia, de armonía, de paz sin fin. Llenos del Espíritu de Dios, Jesús con su bautismo nos invita a la filiación divina, a vivir con Él en el amor, en la fraternidad. Con nuestras actitudes, ¿estamos contribuyendo a que este sueño de Jesús esté presente en la vida de todos?
Nuestras Iglesias cristianas deben ser necesariamente el signo de la misericordia de Dios. La gente, mirando hacia nuestras Iglesias, debería gritar a todos: “Mirad cómo se aman”. El amor, la acogida y el respeto por todas las personas deben ser la esencia de nuestras comunidades.
Hoy vemos comunidades divididas por tantos motivos y controversias. Formamos el rostro visible de Cristo para el mundo y su mirada siempre ha sido de reconciliación, por eso, que la paz sea nuestro mejor proyecto de amor.
Al igual que el Maestro Jesús, vivamos una vida de donación a favor de quienes más lo necesitan; para donar la vida compartiendo con los más pobres, es necesario cambiar nuestra mentalidad, despojando nuestro corazón del egoísmo y la autosuficiencia. Que nuestros valores sean los valores del reino soñado por Jesús, así como el de nuestra Fundadora Santa María Eugênia, que no dudó en donar su vida, aún joven, en favor de los que en su tiempo fueron excluidos y privados de dignidad, que sufrían con prejuicios, con falta de amor.
La elección de Santa María Eugenia nos pide hoy, como comunidad de Asunción, cuestionar en profundidad nuestras prioridades. Su prioridad siempre ha sido la promoción de la vida y la dignidad humana. Que nosotros, como ella, nos desnudemos del compartir la vida en favor de la construcción de una sociedad más humana y fraterna.
Autor: Profesor Ricardo Sebold Cois – Colégio Assunção – São Paulo.