¿Hijos de la luz o de las tinieblas?
La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre el lugar que Dios y los bienes ocupan en nuestra vida. Jesús nos pregunta si actuamos como hijos de la luz, en función de la forma en que administramos los bienes que nos han sido confiados.
Las lecturas retratan una realidad que, si se enfoca sólo en el lucro, puede estar condenada al vacío ya la muerte, ya que las riquezas y los bienes son cosas fugaces. Y también nos enseñan que explotar y robar a los pobres es ofender al mismo Dios.
En la primera lectura (Am 8,4-7), el profeta Amós, conocido como el profeta de la justicia social, ejerció su profetismo en el reinado de Jeroboam II, hacia el siglo VII a.C. En cuanto a los aspectos económicos y políticos, todo iba muy bien y el comercio prosperaba. La clase rica de todo se enriqueció, aumentando su capital. La miseria y el hambre crecieron también entre los pobres y miserables. Para mantener una vida lujosa, el soborno de los jueces era frecuente y con esto, la justicia y los derechos de los pequeños no pasaban. Amós habla de esta realidad de forma profética y denuncia a los mercaderes que sólo buscan el lucro y roban a los más pobres. Dios no está de acuerdo con esta realidad, ayer y hoy, porque está del lado de los que sufren, de los que sufren la opresión diaria del hambre y de la carencia de todo.
En la segunda lectura (1 Tim 2:1-8), aprendemos que la oración involucra todas las dimensiones de la vida. Ya sea social, política o económica. Cuando oramos, teniendo en cuenta este contexto, la oración debe comprometernos con el proyecto y la construcción del Reino de Dios anunciado por Jesús.
En el evangelio (Lc 16,1-13), Jesús prosigue su camino hacia Jerusalén y ahora habla a los discípulos a través de una parábola que enseña la forma correcta de posicionarse frente a los bienes en general. El contexto de la época sobre costumbres y leyes dice que la administración de una propiedad se hacía gratis, es decir, la persona no recibía salario por este trabajo. A lo que tenía derecho era a “una comisión” por el negocio realizado con los proveedores. El cargo que ocupaba le otorgaba el poder de otorgar préstamos utilizando los bienes del jefe. Vemos entonces, en esta parábola, que el administrador incrementó exorbitantemente el valor, indemnizándose a sí mismo. Es decir, al ser reembolsado, tomó la diferencia, que era su interés. Lo despiden no porque cambiara los montos adeudados por los clientes, sino por los altos intereses que cobran por productos de primera necesidad: trigo y aceite. Es elogiado por el patrón porque devolvió lo que había robado, es decir, lo que cobró además del valor real de la mercancía. Evidentemente, Jesús no aprobó esta mala conducta, pero la alabanza fue por su previsión, creatividad e inteligencia.
El administrador recibió bienes para administrar y “reflexionó” sobre su gestión. ¿Cómo gestionamos los “bienes” que recibimos en este mundo? ¿Cuál es nuestra conducta? ¿Cómo responderíamos a la pregunta: “¿Qué es esto que oigo acerca de ti? ”
Hoy es difícil querer seguir el camino del discipulado de Jesús, que es muy desafiante, con exigencias y situaciones diarias que exigen mucha sabiduría y creatividad. Se necesitan opciones radicales para que el Evangelio sea realmente buena noticia para todos.
En una sociedad cada vez más marcada por el éxito de las negociaciones donde el beneficio y el dinero son lo primero en la vida de las personas, este pasaje del Evangelio nos alerta sobre la creatividad necesaria para construir y servir el reino. ¿Como hijos e hijas de la luz que queremos ser, estamos invirtiendo en esta creatividad para el reino? ¿De qué manera?
Jesús no está de acuerdo con el fraude, el robo, el engaño, la deshonestidad. Alaba y aprueba al administrador que fue previsor, pues vio que el dinero, los bienes y las riquezas son cosas precarias, inestables y no duraderas. Debemos buscar invertir no en bienes que pasan, sino en bienes que duran toda la vida, como la gratitud, el amor, la ayuda mutua. ¿Cómo es tu inversión? ¿Dónde estás invirtiendo?
La transparencia en la gestión y recaudación del dinero, en la rendición de cuentas frecuente en todos los sectores de nuestra vida y de la sociedad es fundamental. ¿Es esto lo que percibimos en la administración del bien público?
El administrador se vio obligado a un desapego forzado. Mejor aprendamos de Santa María Eugênia cuando dice que cada uno de nosotros está invitado a un desprendimiento gozoso, que significa dejar ir lo que en nosotros impide al otro crecer, ser feliz, ser persona. Es dejar ir toda arrogancia, autosuficiencia, superficialidad.
Busquemos lo esencial hoy en nuestra historia para ser hijos e hijas de la luz, porque el verdadero tesoro sólo tiene valor cuando no se guarda sino que se comparte con los pobres.
Ir. Maristela Correia Costa RA
Itapuranga-GO
25º Domingo del Tiempo Común
¿Hijos de la luz o de las tinieblas?
La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre el lugar que Dios y los bienes ocupan en nuestra vida. Jesús nos pregunta si actuamos como hijos de la luz, en función de la forma en que administramos los bienes que nos han sido confiados.
Las lecturas retratan una realidad que, si se enfoca sólo en el lucro, puede estar condenada al vacío ya la muerte, ya que las riquezas y los bienes son cosas fugaces. Y también nos enseñan que explotar y robar a los pobres es ofender al mismo Dios.
En la primera lectura (Am 8,4-7), el profeta Amós, conocido como el profeta de la justicia social, ejerció su profetismo en el reinado de Jeroboam II, hacia el siglo VII a.C. En cuanto a los aspectos económicos y políticos, todo iba muy bien y el comercio prosperaba. La clase rica de todo se enriqueció, aumentando su capital. La miseria y el hambre crecieron también entre los pobres y miserables. Para mantener una vida lujosa, el soborno de los jueces era frecuente y con esto, la justicia y los derechos de los pequeños no pasaban. Amós habla de esta realidad de forma profética y denuncia a los mercaderes que sólo buscan el lucro y roban a los más pobres. Dios no está de acuerdo con esta realidad, ayer y hoy, porque está del lado de los que sufren, de los que sufren la opresión diaria del hambre y de la carencia de todo.
En la segunda lectura (1 Tim 2:1-8), aprendemos que la oración involucra todas las dimensiones de la vida. Ya sea social, política o económica. Cuando oramos, teniendo en cuenta este contexto, la oración debe comprometernos con el proyecto y la construcción del Reino de Dios anunciado por Jesús.
En el evangelio (Lc 16,1-13), Jesús prosigue su camino hacia Jerusalén y ahora habla a los discípulos a través de una parábola que enseña la forma correcta de posicionarse frente a los bienes en general. El contexto de la época sobre costumbres y leyes dice que la administración de una propiedad se hacía gratis, es decir, la persona no recibía salario por este trabajo. A lo que tenía derecho era a “una comisión” por el negocio realizado con los proveedores. El cargo que ocupaba le otorgaba el poder de otorgar préstamos utilizando los bienes del jefe. Vemos entonces, en esta parábola, que el administrador incrementó exorbitantemente el valor, indemnizándose a sí mismo. Es decir, al ser reembolsado, tomó la diferencia, que era su interés. Lo despiden no porque cambiara los montos adeudados por los clientes, sino por los altos intereses que cobran por productos de primera necesidad: trigo y aceite. Es elogiado por el patrón porque devolvió lo que había robado, es decir, lo que cobró además del valor real de la mercancía. Evidentemente, Jesús no aprobó esta mala conducta, pero la alabanza fue por su previsión, creatividad e inteligencia.
El administrador recibió bienes para administrar y “reflexionó” sobre su gestión. ¿Cómo gestionamos los “bienes” que recibimos en este mundo? ¿Cuál es nuestra conducta? ¿Cómo responderíamos a la pregunta: “¿Qué es esto que oigo acerca de ti? ”
Hoy es difícil querer seguir el camino del discipulado de Jesús, que es muy desafiante, con exigencias y situaciones diarias que exigen mucha sabiduría y creatividad. Se necesitan opciones radicales para que el Evangelio sea realmente buena noticia para todos.
En una sociedad cada vez más marcada por el éxito de las negociaciones donde el beneficio y el dinero son lo primero en la vida de las personas, este pasaje del Evangelio nos alerta sobre la creatividad necesaria para construir y servir el reino. ¿Como hijos e hijas de la luz que queremos ser, estamos invirtiendo en esta creatividad para el reino? ¿De qué manera?
Jesús no está de acuerdo con el fraude, el robo, el engaño, la deshonestidad. Alaba y aprueba al administrador que fue previsor, pues vio que el dinero, los bienes y las riquezas son cosas precarias, inestables y no duraderas. Debemos buscar invertir no en bienes que pasan, sino en bienes que duran toda la vida, como la gratitud, el amor, la ayuda mutua. ¿Cómo es tu inversión? ¿Dónde estás invirtiendo?
La transparencia en la gestión y recaudación del dinero, en la rendición de cuentas frecuente en todos los sectores de nuestra vida y de la sociedad es fundamental. ¿Es esto lo que percibimos en la administración del bien público?
El administrador se vio obligado a un desapego forzado. Mejor aprendamos de Santa María Eugênia cuando dice que cada uno de nosotros está invitado a un desprendimiento gozoso, que significa dejar ir lo que en nosotros impide al otro crecer, ser feliz, ser persona. Es dejar ir toda arrogancia, autosuficiencia, superficialidad.
Busquemos lo esencial hoy en nuestra historia para ser hijos e hijas de la luz, porque el verdadero tesoro sólo tiene valor cuando no se guarda sino que se comparte con los pobres.
Ir. Maristela Correia Costa RA
Itapuranga-GO