La liturgia de este domingo tiene como tema central las condiciones para el seguimiento de Jesús y cómo se debe proceder para discernir sobre el compromiso radical con el Proyecto del Reino.
La primera lectura, del libro de la Sabiduría (Sab 9, 13-19), nos muestra una reflexión sobre el lugar del ser humano y el lugar de Dios en el mundo. El libro fue escrito alrededor del año 50 antes de Cristo, donde se muestra una fuerte influencia griega de la separación del cuerpo y el alma, y una valorización del conocimiento. La lectura de hoy nos dice que el ser humano es limitado en su naturaleza y la sabiduría está fuera de su alcance. El sabio reconoce que Dios es el que envía a las personas el Espíritu Santo, permitiéndoles acercarse al misterio divino.
El Salmo 89(90) es una meditación sobre la debilidad humana y la fugacidad de la vida. Nos dice que la sabiduría proviene del reconocimiento por parte del ser humano de su propia fragilidad.
La segunda lectura (II Filemón 9b-10.12-17) es de una breve carta del apóstol Pablo donde interviene al amo, respecto a su esclavo Onésimo. Pablo sugiere que la relación amo-esclavo se transforme en relaciones fraternas, como exige la fe en Cristo.
El Evangelio de hoy (Lc 14, 25-33) todavía se sitúa en el camino de Jesús a Jerusalén. Enseña a las multitudes las condiciones necesarias para ser su discípulo. Jesús dice que para seguirlo hay que renunciar a muchas cosas. Pone tres condiciones para seguirlo. Estas son condiciones que requieren valentía, pero nos hacen libres para amar sin reservas.
Renunciar a la familia: mirando rápidamente el texto, podemos asustarnos con la expresión usada por Lucas y traducida en algunas Biblias: “Si alguno viene a mí, pero no odia a su padre, a su madre, a su mujer…” El verbo “odiar” para nosotros debería traducirse como desapegarse. En contexto, odiar significa dar preferencia. En otras palabras, para ser discípulo de Jesús es necesario dejar de lado la familia, los lazos y la seguridad que la familia nos brinda y dar preferencia al proyecto de Dios. Jesús mismo manifiesta la preferencia dada por él a Dios y al Reino, cuando dice: “mi madre y mis hermanos son los que oyen y practican la palabra de Dios”.
Renunciar a la propia vida ya los bienes: nuestra vida, nuestros intereses personales también quedan en un segundo plano ante la prioridad del Proyecto de Dios. Cuando renunciamos a los deseos individualistas y egoístas que nos ofrece el mundo, ponemos nuestros bienes al servicio de la justicia, nos hacemos libres para seguir a Jesús y así seremos realizados por él. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33).
Llevar la cruz: Llevar tu cruz no es simplemente sufrimiento, sino una consecuencia del compromiso radical de caminar con Jesús. Significa ser solidario, compartir, trabajar por la justicia y la paz, rescatar la dignidad de las personas. Esto requiere resignación y determinación.
Así, en los siguientes versículos, Jesús cuenta dos parábolas sobre la necesidad de sentarse y calcular cuándo emprender algo, en este caso, construir una torre o hacer la guerra.
Las parábolas nos muestran que para seguir a Jesús hay que reflexionar, pensar, mirar su realidad y ver si es capaz de asumir con radicalidad el seguimiento que nos pide. Es necesario ser prudente, sabio y humilde para seguir el camino de Jesús.
El Evangelio nos muestra que la opción por el Reino exige de nosotros valentía, renuncia y desprendimiento. Se puede pedir renuncia a cosas muy positivas, pero esta renuncia es por un bien mayor – el Reino de Dios – que es una realidad que nos llena plenamente.
Santa María Eugenia habla del alegre desapego de las cosas terrenales, propio del espíritu de la Asunción. Que ella nos ayude a renunciar a todo lo necesario para seguir a Jesús con libertad y valentía.