NUESTRAS ACCIONES DEBEN SER RADICALES EN LA LUCHA CONTRA LA OPRESIÓN, LA INJUSTICIA Y LA MUERTE

La Palabra de Dios en este vigésimo domingo del Tiempo Común nos invita a una nueva conciencia de la construcción del Reino de Dios, “cielo nuevo y tierra nueva”. No será fácil, pasaremos por muchas pruebas, pero es necesario denunciar cualquier tipo de injusticia.

Como Jeremías en la primera lectura de nuestra liturgia, llamado por Dios a denunciar la injusticia de la clase dominante que explotaba a los más pobres, fue por tanto perseguido y rechazado por todos. Aún frente a la adversidad, la soledad y el abandono, logra mantenerse firme en el proyecto que Dios le ha encomendado.

En la segunda lectura, el Apóstol Pablo nos llama a buscar la salvación, sin mirar las dificultades que encontraremos en el camino, solo así podremos alcanzar la victoria en Cristo.

En el Evangelio, Jesús nos deja clara su misión, ser signo de contradicción en medio de la injusticia, por lo que también nosotros estamos llamados a reflexionar sobre nuestra misión en el seguimiento de Jesús; sólo así, en la radicalidad de la justicia, seremos capaces de vencer el egoísmo y realizar un mundo nuevo para todos, transformados por la radicalidad del amor de Dios.

La Primera Lectura es del Libro del Profeta Jeremías (38, 4-6.8-10). Nacido en el territorio de Benjamín a fines del siglo VII a. C., Jeremías ve la decadencia del reino de Judá y la devastación de su país en la posguerra.

Ante una corte que engaña al pueblo, nace este brillante profeta, que busca alertar a la población sobre un futuro devastador, motivo principal de su persecución. La lectura de este domingo nos trae, pues, hechos del final del reinado de Sedecías, hacia el 586 a.C. Al hacer una alianza con Egipto, Sedecías atrajo la ira del Imperio Babilónico sobre su pueblo. Jeremías, al ver lo que sucedía, comenzó a denunciar las posibles consecuencias de esta alianza, que podía llevar al pueblo a la ruina, aconsejando al rey que no resistiera los embates del imperio babilónico.

En la parte final de la lectura, Dios cumple su promesa al profeta, expresada en el relato de la vocación de Jeremías: “no temas, yo estaré contigo para liberarte” (Jr 1, 8). Salva a Jeremías de la condenación a través de la encrucijada de un esclavo extranjero, mostrando así que Dios está siempre del lado de los que anuncian fielmente su palabra.

La carta a la comunidad de los Hebreos (12,1-4) está dirigida a los cristianos de origen judío, que vivían en medio de un ambiente hostil por parte de sus hermanos judíos.

Todo este contexto hizo que muchos quedaran marginados, desalentados de la práctica de su fe. Así, el autor en la lectura de este domingo invita a hacer una mirada histórica, viendo que muchos de los elegidos de Dios, como Abraham y Moisés, también fueron perseguidos en su fe.

Por tanto, sólo la perseverancia en la fe los mantendrá firmes en el ejemplo de Cristo. Como atletas que corren con decisión; sólo así, en la radicalidad de la entrega de cada uno, podrán cumplir la voluntad de Dios.

Frente a este pasaje del Evangelio de Lucas (12,49-53), podemos, sin miedo a equivocarnos, decir que estamos ante uno de los textos del Evangelio más difíciles de interpretar. Dificultad particular la vemos en el versículo 49 donde Jesús dice: “Fuego vine a echar en la tierra…”. Esta es una palabra extraña en la boca del evangelista Lucas.

Vemos en este pasaje a un Jesús que continúa su camino hacia Jerusalén. Podemos pues concluir que, desde la perspectiva de Jesús, su ministerio debe tener como perspectiva el fortalecimiento de la primera comunidad.
En el texto de la liturgia de este domingo, Jesús nos propone un bautismo con fuego abrasador, pero no es un fuego cualquiera, es el fuego abrasador del Espíritu Santo; este es tu deseo Que la tierra se apodere de este fuego que restaura, que transforma al pecador en una nueva criatura. Así, para Lucas, en la catequesis de Jesús, el fuego asume el papel de purificar y transformar el mundo en una tierra nueva, sin pecado, de justicia y de paz.

¿Cómo sucederá todo esto? Por el Espíritu enviado por Dios a sus discípulos escogidos.

En la segunda parte del Evangelio (12,51-53), Jesús confiesa que no ha venido a este mundo a traer la paz, porque para seguir su propuesta será necesario interrogarse a sí mismo, inquietarse en el rostro de la injusticia. En este sentido, algunos lo acogerán, mientras que otros, a menudo en la misma familia, lo rechazarán.

No podemos olvidar que Jesús propone un bautismo transformador por medio del fuego, que empujará a sus discípulos hasta los confines de la tierra.

La liturgia de este domingo nos muestra que el discípulo y misionero no puede condonar a los líderes que no cuestionan el poder del mal en la vida de las personas, que no pueden condonar la injusticia o la opresión. Estos deben, con su ejemplo, prender “fuego en el mundo”, siendo así agentes de contradicción para muchos poderosos que no quieren renunciar a sus privilegios.

¿Cómo afronto situaciones de opresión, injusticia y muerte? ¿Con el conformismo, el miedo y la indiferencia de los que viven una vida tibia? ¿O hago de mi vida un compromiso de amor y transformación?

Con Jeremías aprendemos que nuestras acciones deben ser radicales, en la lucha contra la opresión, la injusticia y la muerte, no puedo quedarme callado, ser indiferente.

Miremos a nuestra Fundadora, Santa María Eugenia, que en vida sufrió tantas desilusiones y decepciones, el compromiso de hacer de nuestra vida una oblación al servicio de un mundo ya no mediado por el miedo, sino transfigurado como Cristo resucitado en el amor de entrega total y radical a Dios.

Profesor Ricardo Sebold Cois
Colegio Asunción – SP

SP

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