Acoger al extranjero y al peregrino es acoger al mismo Dios.
La liturgia de este domingo nos invita a vivir la hospitalidad y la acogida. En todas las civilizaciones antiguas, especialmente entre los pueblos nómadas, la hospitalidad y la acogida eran actos o ritos sagrados y religiosos. En la tradición bíblica no es diferente. El pueblo hace una lectura de fe, de hospitalidad y los acoge reconociéndose como una nación que vivió la experiencia de estar en tierras extranjeras o la experiencia de ser nómadas, como la familia de Abraham.
Y los cristianos vivimos la experiencia de ser siempre acogidos por Dios. Nuestro Dios, que es Padre Creador, nos acoge en el seno de su divinidad creándonos a su “imagen y semejanza”. De vuelta, acogemos a Jesús que vino a plantar su tienda entre nosotros: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Quienes han convivido con personas de otros estados o países, muchas veces han escuchado el comentario: “El pueblo brasileño es acogedor”. Y es verdad. ¡Cuántas familias experimentan la alegría de recibir a sus amigos con una taza de café, un pastel o un pan de queso!
En la reflexión de hoy, queda la pregunta: ¿Sigue siendo acogedor el pueblo brasileño? ¿Sabemos todavía convivir con diferentes culturas, posiciones sociales u opciones políticas?
¿Qué actitud se espera del cristiano, que ha recibido de Jesús el mandato de amar al prójimo como a sí mismo, en este mundo de violencia, indiferencia, intolerancia?
La primera lectura (Gn 18,1-10a) narra la acogida en su casa de Abraham y Sarah a tres personas. Abraham y Sarah están atentos a las personas que pasan o visitan su casa. Dan la bienvenida a las personas como un regalo. En la figura de los tres extranjeros, reciben la presencia del mismo Dios que sale a su encuentro. Los invitados se convierten en dones para la familia. En respuesta a la fidelidad de Abraham, reciben la noticia del cumplimiento de la promesa de Dios: tendrán un hijo, un heredero de la casa que suscitará descendencia. La generosidad divina es grande y Dios mira y acoge todo lo que hacemos por amor. Así, los patriarcas Sara y Abraham serán recordados en todo momento como personas acogedoras, generosas, humanas, atentas a las necesidades de los viajeros.
La segunda lectura (Col 1, 24-28) recuerda otra forma de hospitalidad. Pablo está en prisión. Quiere aclarar algunas cuestiones sobre el culto a los ángeles y los rituales practicados por la comunidad. Pablo les recuerda a los Colosenses su caminar en la fe. Cómo acoge los sufrimientos y las dificultades como consecuencia de su opción por Jesús y de la misión que asumió para anunciar el Evangelio. Así explica, completa en su carne los sufrimientos y las aflicciones de la pasión de Cristo.
El apóstol Pablo trabajó incansablemente para dar a conocer el Evangelio de Jesucristo a todos los pueblos y naciones. La misma llamada recibe quien se hace discípulo de Cristo: nosotros los cristianos.
El enfoque de Lucas en el Evangelio (Lc 10:38-42) es mostrar a Jesús en el camino a Jerusalén. En el camino, es recibido por la familia de Marta y María. La recepción de cada una es diferente. Pero un diálogo entre las dos hermanas resultó en una oportunidad de orientación de Jesús: no basta con “hacer” todo para acoger, también es necesario “estar a los pies” del visitante, del Maestro, escuchando sus palabras, su consejo, su guía.
Nuestra acogida y hospitalidad deben brotar de una actitud de escucha y contemplación. Por eso muchas veces hacemos tantas cosas buenas y al final nos sentimos frustrados, sin el reconocimiento de los hermanos y hermanas. No podemos descalificar las buenas obras, pero a veces nuestras preocupaciones y acciones están fuera de lugar o fuera de tiempo. Todo nuestro servicio apostólico y caritativo debe tener como fuente inspiradora o iluminadora la Palabra de Dios.
Busquemos siempre vivir en equilibrio y discernimiento. La contemplación hoy, un tiempo desafiante que exige tanto de nosotros, es muy necesaria e importante para el cristiano. Aprendamos a contemplar la presencia de Dios entre nosotros, especialmente en las personas, como los peregrinos acogidos por Abraham y Sarah, Marta y María. Sabían bien que acoger al peregrino es acoger al mismo Dios, y lo hicieron con toda su fe.
Podemos mejorar mucho nuestra acogida, tanto personal como comunitaria. Hay camino por recorrer y así podremos escuchar las mismas palabras de Jesús: “María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán”.
Al acoger a los hermanos, acogemos al mismo Dios.
Para Santa María Eugenia y la Asunción siempre fue importante unir contemplación y misión. “Tener una sola mirada a Jesús y la extensión de su Reino”. Pero, como en la advertencia de Jesús a Marta, ella nos da estas sabias palabras: “Si acogen como un tesoro cada palabra del Evangelio, ellas entrarán en vuestros corazones y se convertirán en vida en vuestras vidas”. (Santa María Eugenia).
Hermana Doracina Rosa Cruz – RA
São Paulo -Brasil