“¡Hosanna al Hijo de David!”
Estamos ante la celebración que marca el inicio de la “semana de las semanas”, la que se considera la semana principal del año litúrgico católico, hablamos de SEMANA SANTA. La celebración de hoy comienza con la bendición y procesión de Ramos.
El Domingo de Ramos o “Domingo de Pasión” es el momento en el que recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: aclamado por el pueblo como el Mesías, el Hijo de Dios entra en Jerusalén montado en un burro, símbolo de sencillez, acogida y entrega para todos. Jesús, el Rey aclamado por el pueblo, cambia la lógica de los reinos de su tiempo, apuntando a los más frágiles y humildes. Esta aclamación hecha a Jesús por los marginados muestra todo el reconocimiento a su acción, es el gesto de acoger a este hombre pobre y humilde como el Mesías enviado por Dios, descendiente del rey David.
Es también la celebración de la pasión, pues ya estamos entrando en el misterio que se apoderará de la Semana Santa: el Mesías será apresado, torturado y asesinado en expiación por los pecados de toda la humanidad; en la Pascua, con su resurrección, manifiesta toda su capacidad de amar.
La historia de la pasión habla de una profunda soledad. A pesar de estar acompañado por sus discípulos en el monte Getsemaní, Jesús está solo. Llora e grita pidiendo ayuda. Pero, se mantiene firme en la misión de cumplir su obra, confía en Dios.
Las autoridades judías, que no tenían poder para condenar a muerte a nadie, encuentran en el grito del pueblo sufriente: “Viva el Rey de los judíos” dirigido a Jesús, una razón razonable para entregarlo a Pilatos. Pilato por su parte no encuentra falta en él. Incluso él, el cruel servidor de César, logra ver en Jesús a un ser inocente. Pero, presionado por el clamor manipulado del pueblo, decide soltar a Barrabás y entregar a Jesús para que sea condenado a muerte en una cruz.
Jesús es humillado, despojado de su dignidad, desfigurado por los latigazos y las caídas que sufrió en la subida al Calvario. Visto ahora como un ser abandonado por Dios por quienes lo observaban, expuesto en su total vulnerabilidad, está clavado entre dos prisioneros también condenados a muerte. Pero, su muerte no lo castiga como todos pensaban, la muerte de Jesús es liberación, su muerte es el primer paso para que todos puedan ver el verdadero significado de sus acciones, para que sus amigos ahora tengan el coraje de enfrentar un sistema cruel y excluyente. Ahora pueden proclamar que Jesús ha resucitado, está vivo y no muerto.
La primera lectura de hoy (Is 50,4-7), tomada del tercer Cantar del Siervo Sufridor, nos presenta un discurso que se retomará en el cuarto canto de Isaías (52,13ss). Para los estudiosos del texto sagrado, el capítulo 50 del libro de Isaías ya no retrata al autor original del texto, sería un segundo autor, también identificado como Isaías por la resonancia profética de la carta. Precisamente en este contexto, Isaías quiere recuperar la esperanza, quiere que su pueblo se dé cuenta de que el tiempo del exilio está llegando a su fin, se acerca la perspectiva del regreso a la tierra prometida, por lo que no podemos perder la fe en Dios que “En el mañana el me despierta.” (V. 4). Por lo tanto, no podemos perder nuestra confianza en aquel que nunca nos abandonó. No podemos desfallecer, desanimarnos ya, porque “El Señor Dios vendrá en nuestra ayuda” (V. 7). No importa por lo que estemos pasando, siempre debemos confiar en que nuestro Dios no nos abandonará, siempre estará a nuestro lado, dispuesto a ayudarnos aún en la más profunda adversidad. Quien confía en Dios, aun en la esclavitud, no se sentirá humillado, porque está seguro de que Dios estará siempre a su lado, que nada podrá apoderarse de quien lo ama.
En la Carta de Pablo a los Filipenses (Flp 2,6-11) vemos ya al comienzo del texto (cristológico) que Jesús, siendo Dios, no usa este atributo y aun teniendo derecho a todas las prerrogativas divinas, vaciándose mismo de esta condición, desciende libremente a la condición humana. Asumiendo la condición humana, acepta la humillación, siendo obediente al proyecto del Padre hasta la muerte.
Compartiendo la debilidad humana, se hizo igual a nosotros en todo, excepto en el pecado, y por eso Dios lo exaltó sobre todo nombre. Al aniquilarse como Dios, Jesús asume la más alta solidaridad en favor de los humillados de la sociedad, no es una simple humillación, es un modo de hacerse como ellos, para, desde ellos, mostrar a los poderosos de todos los tiempos que el proyecto de salvación es un proyecto para superar la desigualdad, la opresión y todas las formas de injusticia.
Ya hemos visto en otras ocasiones aquí que Mateo es el Evangelista de la luz, su Evangelio nos presenta a Jesús como la Luz de Dios para la Salvación del mundo, en este sentido se nos introduce en la liturgia de esta semana a partir de la reflexión del Evangelio de hoy. Cuando leemos los versículos de este texto de Mateo (Mt 26,14-27,66) es imposible no ver en la figura del Cristo que habrá de Muerto, el SIERVO SUFRIDO presente en la lectura de Isaías. Porque, aunque fue humillado y desacreditado por todos, incluidos sus discípulos, no dejó de creer, permaneciendo fiel a la misión que le había sido encomendada.
Jesús es traicionado por uno de sus amigos, vendido por 30 piezas de plata (v 14), valor que más o menos corresponde al valor de un esclavo en ese momento, no el precio de compra, sino el valor de su vida.
La expresión “en el primer día de los panes sin levadura” (v.17) implica que Jesús, sabiendo ya lo que iba a suceder, decidió anticipar la conmemoración de la cena pascual, que pudo ser un gesto común entre los judíos de su tiempo. Al comienzo de la cena es posible percibir la angustia presente en su corazón, Jesús no puede contenerse y deja claro a todos que uno de los suyos lo traicionará. Aún en este estado de ánimo Jesús celebra con sus seguidores la gesto más importante de su misión, la entrega de sí mismo en la Eucaristía, el acto de tomar el pan y compartirlo entre todos se convierte, de ahora en adelante, en la marca de todo cristiano.
La liturgia de este Domingo de Ramos nos ayuda a entrar en el misterio más profundo del cristianismo, Jesús es el siervo sufriente que da su vida para que el mundo tenga vida, y la tenga en abundancia. Jesús no se dejó llevar por los placeres de este mundo, ni siquiera tentado por Satanás, se mantiene firme en el propósito del Padre, y por eso, manteniéndose firme como Discípulo amado del Padre, nos trae la salvación.
¿Será que en este momento de reflexión yo también estoy siendo fiel al camino propuesto por Dios? ¿Estoy siendo un testigo fiel de Jesús en los lugares donde estoy, con las personas con las que convivo? ¿O me dejo seducir por los placeres, las maravillas que me presenta un sistema que mata y oprime a miles de personas por hambre cada año?
Estamos invitados a ser signo de contradicción en este mundo, como lo fue Jesús; ¿seremos aceptados? Probablemente no. Pero, no podemos condonar con el hambre, con la injusticia, es deber de todo cristiano, ser un grito de protesta, a favor de los que ya no pueden gritar.
Autor: Ricardo Sebold Cois