“TENGO SED”

La liturgia de hoy se centra en la idea de que Dios nos ama a pesar de todas nuestras faltas y, para dejar claro ese mensaje, usa agua que limpia y purifica. En la primera lectura, Dios suple las necesidades vitales de las personas sedientas a pesar de su desconfianza. En la segunda lectura queda claro que nuestros pecados no pueden detener el amor de Dios, que es capaz de morir por nosotros. Y en el Evangelio, volviendo a la simbología del agua, Dios se muestra como la única agua viva para saciar la sed de la samaritana.

La primera lectura (Ex 17, 3-7) nos lleva al libro del Éxodo en un momento en que el pueblo, cansado y sediento, llega a la desesperación. El pueblo no ve todo lo que Dios ya había hecho por ellos durante la travesía del desierto, como la división del Mar Rojo y el envío del maná. Ante los problemas, comienza a desafiar a Dios y le pide que le demuestre que está a su lado. ¿Cuál es la reacción de Dios ante esta ingratitud? Dios muestra pacientemente que continúa a su lado, haciendo brotar agua de una piedra y apagando la sed de su pueblo.

Podemos ponernos en la piel de estas personas y reflexionar sobre nuestra reacción cuando falta algo en nuestra vida. Si estamos atravesando un desierto, cualquier dificultad, nuestra tendencia es pensar que Dios nos ha abandonado. Nos cuesta ver que las piedras del camino no son un castigo, que son el camino que Dios usa para renovarnos y madurarnos, para hacernos mejores personas.

El Salmo 94(95) nos invita a no cerrar nuestro corazón a Dios como lo hizo el pueblo en el desierto, porque Dios nos colma de gracia cada día.

En la carta a los Romanos (Rm 5,1-2.5-8), segunda lectura, São Paulo nos recuerda que todos los hombres viven sumergidos en el pecado y que la iniciativa de amor de Dios es lo único capaz de justificar, es decir, de sálvanos de esta situación. La misericordia viene de Dios como una gracia, que no depende de nuestros méritos, lo único que Él pide a cambio es que nos entreguemos totalmente en Sus manos, que confiemos.

La fe y la esperanza en Dios nunca nos defraudan, porque Dios es la fuente de todo bien. Apoyados en Él, somos capaces de superar cualquier dificultad en el camino y encontrar un nuevo sentido a la vida.

El amor de Dios por nosotros se prueba en Jesús, el hijo amado de Dios, quien se entregó a la muerte en la cruz por nosotros, cuando aún éramos pecadores. Fíjate en la certeza de lo que ya habíamos visto en la primera lectura: Dios nunca nos abandona, nunca se da por vencido con nosotros y siempre encuentra la manera de llegar a nuestro encuentro y conducirnos a la felicidad plena.

Es así, pues, que Jesús se presenta en el Evangelio (Jn 4,5-15.19b-26.30a.40-42). Jesús viajaba y predicaba su Buena Nueva, comenzaron a surgir conflictos a causa de su predicación, por lo que decidió ir de Judea hacia Nazaret, pasando por Samaria. Había un malestar muy grande entre judíos y samaritanos. Los judíos despreciaban a los samaritanos por ser una mezcla de sangre israelita y extranjera, los consideraban herejes por casarse con paganos. Cansado del camino, sediento, Jesús se sienta junto a un pozo donde una mujer samaritana viene a sacar agua.
Entonces, como la mujer samaritana, todos vamos al pozo por agua. Este movimiento representa nuestra búsqueda de la felicidad. Cuando vamos a la iglesia, cuando oramos, estamos esperando que Dios nos dé algo. Buscamos, por ejemplo, la salud, la unidad en la familia, el alivio del sufrimiento de alguien a quien amamos, en fin, la felicidad que falta en nuestra vida; La mujer samaritana estaba buscando todo esto y encontró el agua viva, Jesús, al borde del pozo.

¿Y cuál es la actitud de Jesús? Jesús le dice a la mujer “dame de beber”. Vas a pedirle algo a Dios y Él te dice “dame algo de ti”, “dame algo de tu vida”. Al principio, esto despierta la ira, tal como sucedió con la mujer samaritana. Pensamos “yo soy el que necesita agua, ¿cómo es que me pides agua? ¡No me necesitan a mí ni a mi agua!”, pero esta es precisamente la prueba más grande del amor de Dios por nosotros: Él nos pide algo. Él realmente no nos necesita, pero se hace necesitado, así como Jesús sentado junto al pozo, cansado, en el calor del mediodía, esperaba que llegara esa mujer para tener la oportunidad de pedirle agua.

Durante la Cuaresma, la Iglesia nos invita a mirar a Jesús crucificado y recordar que él dice “Tengo sed”. Él tiene sed de nuestro amor, no porque necesite nuestro amor, en la forma necesitada que necesitamos nosotros de ser amados unos por otros, sino que se hace necesitado y necesitado, se hace sediento de nuestro amor, porque sabe que amarlo es que mejor para nosotros.

No es casualidad que una madre le pida ayuda a su hijo con las tareas del hogar, seguro que sola lo haría mejor y más rápido, pero sabe que el proceso es importante para el crecimiento de su hijo. Ella no necesita la ayuda, pero la necesita para la formación del carácter de su hijo. Como somos imagen y semejanza de Dios, somos inspirados a usar una pedagogía similar a la Suya. Dios se hace necesitado, necesitado, pobre, miserable, crucificado, sediento para que podamos dar algo de nosotros mismos, para que podamos demostrar nuestro amor por Él, porque esto es lo mejor para nosotros.

¿Y cómo vamos a reaccionar en esta cuaresma, vamos a dar un poco más de nosotros mismos o vamos a dejar sediento a Jesús?


Ana Carolina Paiva Angelo
São Paulo Brasil

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