Por ella se escribieron libros… Por ella los jóvenes dieron un giro en la vida… Por ella las mujeres se atrevieron a cruzar océanos, afrontar nuevas situaciones, aprender otros idiomas… Por ella…

Y si le preguntamos el por qué de todo esto, abrirá los ojos como platos, nos regalará una sonrisa, una sonrisa preciosa y responderá: “Pero, todo fue por su culpa…”.

¿Por ella?… ¿Por él?… Pero, al fin y al cabo, ¿de quién estamos hablando?… ¿Quién es “ella”?… ¿Y quién es “él”?…

Tal vez ya hayas adivinado su nombre, esta mujer extraordinaria que marcó profundamente a quienes la conocieron en vida y que sigue marcando a quienes la conocen hoy, casi dos siglos después de su paso por esta Tierra nuestra. Y, si ya adivinaste su nombre, ya sabes cuál es su nombre, porque él era la razón de su vida.

Estamos hablando de una mujer que nació en Francia, en 1817, y fue bautizada con el nombre de Ana Eugênia Milleret de Brou. Años más tarde, pero aún joven, cuando fundó la Congregación de Religiosas de la Asunción, cambió su nombre, añadiéndole el nombre de sus dos amores: Jesús (es el “él” del que hablaría…) y María , la Su madre y nuestra madre. Hoy la conocemos como Santa María Eugenia de Jesús.

Tal vez la conoces desde hace un tiempo, pero tal vez recién ahora la estás conociendo. De todos modos, es bueno tener la oportunidad de recordar algunos rasgos de esta mujer “fuera de serie”… ¿No te gusta repasar fotos antiguas de familiares o amigos muy cercanos? Conocemos bien la historia de estas personas, pero cada vez que volvemos a mirar sus fotos, recordamos hechos de su vida, hechos que nos tocaron de cerca, cosas que nos traen emociones. Bueno, hagamos esto con Santa Maria Eugênia. Repasemos algunas de las “imágenes” que tenemos de ella y reavivemos el legado que dejó en nuestras vidas.

María Eugênia murió el 10 de marzo de 1898. El 10 de marzo, que marca su entrada al cielo, es su fiesta. Y, como un día de fiesta siempre es bueno, el día 10 de cada mes se publica este “blog”, que acerca sus palabras a nuestra vida cotidiana.

Está cerca de Dios, pero también está cerca de nosotros, que la conocemos y la amamos. Ella está presente en nuestras vidas y luchas cotidianas. Sus pensamientos y palabras continúan inspirándonos en nuestras búsquedas y decisiones, acciones y actitudes.

Ciertamente, el tiempo que vivimos hoy es muy diferente al tiempo que ella vivió, pero sus palabras todavía pueden servir como guía e inspiración, sobre todo porque algunos de los problemas que ella notó y para los cuales buscó posibles soluciones permanecen hoy, incluso que en un grado diferente. Vamos a ver:

Una de las grandes señas de identidad del pensamiento y la acción de María Eugênia fue su preocupación por la situación de la mujer en la sociedad. Vivió –recordemos– en el siglo XIX. Era una época en la que una mujer “respetable”, como se decía entonces, no salía sola a la calle, ni podía soñar con un futuro de protagonismo profesional y mucho menos pensar en presentarse a cargos políticos. María Eugênia soñaba con una sociedad de iguales, y se dio cuenta de que el camino para prepararla era la educación, una educación que igualara el nivel intelectual de hombres y mujeres. Veía a las mujeres como “las educadoras del mundo”. Quería que tuvieran una educación que los preparara para actuar en sociedad y que estuviera al mismo nivel que la educación que se les daba a los niños en ese momento.

Otro sueño de María Eugênia era el de una sociedad justa, donde todos tuvieran los mismos derechos, donde no hubiera opresión de unos sobre otros – lo que sucedía en su tiempo de manera muy fuerte. Una vez escribió: “Sueño con una sociedad en la que ninguna persona tenga que sufrir la opresión de otra”.

Los dos ejemplos que acabamos de ver nos hacen darnos cuenta de algo que fue constante en María Eugênia: fue una mujer que luchó por la transformación social. Realista, analizó el mundo, la sociedad de su tiempo, y notó sus inconsistencias, sus debilidades, sus injusticias. Esperanzada, tenía una mirada positiva sobre el mundo y la historia, viendo lo que había de bueno en ellos, aunque a veces estuviera oculto por las consecuencias del mal. “Veo en el mundo un lugar de gloria para Dios”, dijo. Y, sobre todo, mujer de fe, basó su visión en la certeza de que la Creación, obra de un Dios que es Bueno y que es Padre, llevaba en sí la capacidad de ser bueno, aunque manchada por el pecado humano. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (cf. Gn 1,31). Es bastante evidente que, por parte de María Eugênia, no se trata de una actitud de “optimismo barato”, sino de un realismo que discierne y percibe el bien, aunque esté oculto por el mal que debe ser transformado.

Una visión de fe y de amor por Jesucristo fueron los ejes que motivaron a María Eugênia en sus opciones, en sus decisiones, en sus acciones. Por tanto, si pudiéramos preguntarle qué la llevó a fundar una congregación, a dedicarse a la educación y evangelización de los jóvenes, a soñar con transformar la sociedad y actuar en este sentido, seguramente nos respondería en estos términos: “Todo esto fue por él, por su llamado, por su mensaje”. Y, de hecho, llegó a escribir: “Mis ojos están todos puestos en Jesucristo y en la extensión de su Reino”.

El 10 de marzo celebramos la fiesta de Santa María Eugênia. En muchos lugares hacemos una novena o un triduo como preparación para este día. Intentemos, durante esta preparación, volver a escuchar algunas de sus palabras, profundizar en su pensamiento, pedir su ayuda en la oración. La propuesta que queremos hacer aquí no es sólo preparar la celebración de su fiesta, sino extenderla a nuestra vida cotidiana, retomando algunas de las fuertes intuiciones de Santa María Eugênia y poniéndolas en práctica en nuestra vida cotidiana.

pero como hacer esto? No existe una receta para esto, ni un “mapa de minas”… Sólo pensamos en nuestro propio entorno, en nuestro propio ritmo de vida, en las situaciones concretas que vivimos, y tratamos de aplicar hoy, en nuestro siglo XXI, lo que María Eugênia vivió en su tiempo. Siempre ha animado a las personas a actuar “en su pequeña esfera”, es decir, en la parte del mundo que nos toca, donde vivimos, en nuestro entorno de vida. Para ayudar a encontrar posibles acciones, aquí hay un pequeño “buscando en su conciencia”:

¿Cómo me doy cuenta de lo que está pasando en el mundo? ¿Estoy interesado en lo que sucede en otras partes del país? ¿Y en otras partes del mundo? ¿Leo los periódicos? ¿Veo las noticias en la televisión? ¿O en internet? ¿Simplemente “veo” o reflexiono sobre lo que veo? ¿Trato de analizar los eventos para ubicarlos dentro de una perspectiva más amplia? ¿Esta reflexión me ha llevado a algún tipo de acción o posicionamiento?

¿Cómo me posiciono frente a la situación de la mujer en nuestra sociedad? ¿Cuál es mi actitud ante los discursos u opiniones sexistas? ¿Qué hago en la educación de mis hijos para que no tengan actitudes machistas? ¿Qué estoy haciendo concretamente para promover el crecimiento personal y social de las mujeres que me rodean? ¿Cómo es mi relación con quienes de una u otra forma me atienden (empleados, trabajadores domésticos, vendedores en tiendas, cajeros en supermercados o bancos, servidores públicos, trabajadores en medios de transporte, etc.)?

¿Cómo me veo como agente de transformación? ¿De qué manera mi forma de ser o mi acción concreta puede estar contribuyendo a que el mundo, la sociedad en la que vivimos, sea mejor? ¿Cómo puede estar ocurriendo esta transformación dentro de mi propia casa, en mi propia familia?

Si esta reflexión nuestra te ha motivado a actuar, podrías incluso pensar que actúas por eso, por Santa María Eugênia y el ejemplo que nos dejó. Pero, en el fondo, estaréis actuando por él, por Jesús, que puso –en su corazón y también en el nuestro– el deseo de sembrar las semillas del Reino de Dios en esta Tierra.

¡Feliz fiesta de Santa María Eugênia!

Hermana Regina Maria Cavalcanti

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