Dios amablemente responde nuestras oraciones.
En su convivencia diaria con el Maestro, los Doce notaron cómo era costumbre que Jesús pasara horas, a menudo noches, en oración. A veces rezaba una oración en voz alta, bendiciendo y dando gracias al Padre por alguna alegría en la misión, o pidiendo su intervención ante alguna acción importante. Otras veces eran largas horas de conversación íntima y silenciosa con el Padre. Esto era tan característico de la forma de ser de Jesús que un día los discípulos le pidieron que les enseñara a orar.
La oración, tan importante en la vida de Jesús, también se volvió muy importante en la vida de sus seguidores. San Pablo incluso nos dice que debemos orar siempre.
Los textos de la liturgia de hoy están en la línea de marcar esta característica de nuestra vida cristiana. Quienes se reconocen hijos de Dios tienen esta maravillosa costumbre de estar en continuo contacto con el Padre.
Nuestra propia experiencia como hijos e hijas nos prepara para vivir este aspecto de nuestra vida cristiana. ¿Quién no recuerda, sentado en el regazo de su padre, contarle las aventuras y juegos que marcaron ese día?… ¿O escuchar una palabra de seguridad de él que nos permitiera vencer el miedo ante cualquier situación?… ¿Y quién no corrió al regazo de su madre cuando, herida por una caída, sintió dolor?…
Dios es Padre y también Madre, como decía el Papa Sonriso, Juan Pablo I. Estas experiencias nuestras en relación con nuestros padres son imágenes que nos hablan de lo que llamamos “nuestra vida de oración”. Porque es a través de la oración que hablamos con Dios de nuestra vida cotidiana, que recibimos fuerza para afrontar las situaciones difíciles, consuelo en el dolor y el sufrimiento, alegría en las victorias y, sobre todo, amor.
Pero veamos qué nos trae la liturgia de hoy al respecto, porque el tema que recorre los textos de la Palabra de Dios de este domingo es la oración.
Justo al comienzo de la celebración, la Antífona de Entrada está tomada del Salmo 16 y expresa una gran confianza en la ayuda que viene de Dios: “A ti clamo, Dios mío, porque me has respondido”. Cuantas veces hemos tenido esta experiencia de clamar a Dios por ayuda ante hechos o situaciones que nos superan y de haber sido atendidos… Y es precisamente por eso que estamos seguros de que siempre podemos pedir la ayuda del Señor: “Inclinad vuestro oído y respóndeme”. Dios siempre está listo para escucharnos. Quiere que nos volvamos a él y, como un Padre amoroso, está siempre dispuesto a protegernos: “Guárdanos como a la pupila del ojo, a la sombra de tus alas cobíjame”. ¿No sería esta una buena oración para decir al comienzo de cada día, poniéndonos bajo la protección de nuestro Padre para lo que venga y venga?…
La Primera Lectura está tomada del libro del Éxodo. Éxodo es un libro clave del Antiguo Testamento, también llamado Primer Testamento. Es el libro que relata la formación del pueblo de Israel y su conciencia de ser Pueblo de Dios. Dios había prometido darle una tierra a su pueblo, pero la Tierra Prometida no cayó del cielo en el regazo del pueblo… Se necesitó mucho sufrimiento y mucha lucha para conquistarla. Pero saber que Dios lo protegía le dio fuerza a esta gente.
El texto de la celebración de hoy habla de una de las muchas batallas que tuvo que librar el pueblo de Israel para asegurarse el terreno que le pertenecería. Esta batalla fue contra el pueblo de Amalec, los amalecitas. Fue una lucha difícil, porque el ejército amalecita era fuerte. Pero el pueblo de Israel tenía un arma que los amalecitas no conocían: tenían la protección del Señor cuando les fallaban las fuerzas. El texto nos dice que Josué y sus hombres estaban peleando en la llanura, mientras que Moisés, Aarón y Ur estaban en la cima de la colina, intercediendo por el pueblo. Desde allí, Moisés oró al Señor con las manos en alto.
¿Alguna vez has notado lo que hace un niño pequeño cuando está cansado de caminar o cuando tiene miedo? Ella llama a su padre o a su madre y levanta los brazos… Esto quiere decir que quiere ser abrazado, quiere protección y cariño… Orar con los brazos en alto tiene el mismo significado: es una actitud de petición, de súplica. Es con los brazos en alto que la asamblea reza el Padre Nuestro: es nuestra forma de expresar, con la palabra y con el cuerpo, nuestras peticiones a Dios.
Así estaba Moisés, en lo alto del cerro, rogando a Dios que viniera al rescate del pueblo. Y fue así, gracias a la súplica de Moisés y la protección de Dios, que Israel ganó la batalla… Así ganamos nosotros, en nuestra lucha diaria. Luchamos contra tantas cosas… Luchamos contra las injusticias de nuestra sociedad, luchamos contra las dificultades que encontramos para hacer realidad nuestros sueños, luchamos contra nuestros propios defectos… En todas estas “batallas”, sepamos cómo hacer como Moisés: orar, pedir ayuda a Dios y confiar.
Pero hay un detalle importante en el texto. Josué dirigía el ejército, y Moisés, que había conducido al pueblo por el desierto y con quien Dios hablaba cara a cara, como dice la Escritura, intercedía por el pueblo. La batalla duró todo el día. Pero nadie puede permanecer en oración todo el día… Solo Moisés no estaba solo… Aarón y Ur estaban con él… El texto dice que ayudaron físicamente a Moisés a permanecer en actitud de oración, simbolizando que estaban unidos él en intercesión por el pueblo. ¿No es hermosa la costumbre que tenemos, cuando estamos orando a Dios por una determinada intención, de pedirle a otras personas que nos ayuden, orando también por esa misma intención?
Es también la actitud de confianza de que Dios siempre nos escucha y responde que impregna el Salmo Responsorial: “Mi socorro viene del Señor, del Señor que hizo los cielos y la tierra”. Sí, es de Dios que hizo todo, que creó todo, que nos da la fuerza para superar nuestras dificultades. Podemos tener confianza en su ayuda. ¿Quién de nosotros no quiere proteger, de todos y cada uno de los peligros, a los que ama? ¿Dudamos de la fuerza del amor de Dios, que no quiere que sus hijos sufran, que quiere protegerlos y salvarlos de todo mal? No, no podemos dudar. Por eso, hacemos nuestras las palabras del salmista: “¡El Señor te guardará de todo mal, cuidará de tu vida! Dios te guarda en la salida y en la llegada. ¡Él te guarda desde ahora y para siempre!”
Y, sin embargo, el sufrimiento existe… Lo vemos a nuestro alrededor ya veces llama a nuestra puerta… ¿Cómo conciliar esta constatación con la certeza de que Dios siempre nos protege? La existencia del mal, del sufrimiento y del pecado es un misterio cuya plena comprensión se nos escapa… No forman parte del plan de Dios, que es el Reino, sino que su existencia se debe a la libertad humana, que puede elegir entre el bien y el mal. . Jesús, el mismo Hijo amado, pasó por el sufrimiento. El sufrimiento no es obra del Padre, sino de personas humanas que eligen el mal. Y este mal tiene consecuencias que afectan a otras personas… Conozcamos, a través de la oración, ponernos siempre bajo la protección de Dios que nos ama con un amor sin medida…
En la Segunda Lectura, San Pablo nos da la certeza de que Dios escucha nuestra oración; Esta certeza nos viene de la misma Palabra de Dios. Las Escrituras nos muestran cómo Dios siempre ha tenido una relación profundamente amorosa con sus hijos e hijas. Desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, esta relación se describe con muchas palabras: Dios es Padre, es Madre, es cariño, es protección, es apoyo, es fuerza, es coraje, es compasión, es misericordia, es Pastor, es Roca Firme. , es Fuente, es perdón, es Amor… Viene a nuestro encuentro, conoce nuestro corazón, nos busca y nos propone vivir en alianza con él. Y él es fiel. Estas certezas son la base de nuestra vida de oración. Sabemos que siempre nos escucha.
Finalmente, en el Evangelio encontramos una respuesta y un estímulo. Respuesta a la pregunta que muchas personas se hacen: “¿Escucha Dios mi oración, mi petición?” Y el incentivo es: seguid orando siempre… Esto nos lo dice Jesús a través de la parábola del juez injusto que acaba atendiendo a la viuda que no se cansaba de pedirle que hiciera justicia a su causa. El juez, aun siendo injusto, acaba cediendo a la insistencia de la viuda. Y Jesús pregunta: “Escuchad lo que dice este juez injusto. ¿Y no haría Dios justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Os digo que Dios les hará justicia muy pronto”. El texto es una llamada a vivir la confianza y la constancia en la oración.
El tema de la oración es muy amplio. Este domingo, la faceta de la oración de la que nos habla la Palabra de Dios es la oración de súplica, de petición. Pero el domingo pasado, el Evangelio nos mostró a Jesús recordándonos a todos la importancia de dar gracias a Dios por todo el bien que hemos recibido de él: es la oración de acción de gracias. En la estructura misma de la liturgia tenemos varios momentos de oración y alabanza. Recordemos, por tanto, que hablar con Dios no es sólo hacerle peticiones… La oración es la conversación íntima y amorosa que tenemos con nuestro Padre todos los días de nuestra vida. Y, cada día, los temas de esta conversación son diferentes… Pero siempre se viven en el amor y la alegría que nos trae este contacto diario con Dios. De esta forma, estaremos experimentando las palabras con las que quienes presiden la asamblea litúrgica finalizan las Oraciones de los Fieles: “Te invocamos con nuestras oraciones y confiamos en tu amor. Responde con afecto a nuestras oraciones, oh Padre”.
Hermana Regina Maria Cavalcanti